19.8.07

Hace 10 años

Steve me dijo si quería sentarme atrás "¡Cojonudo!"
Con nosotros tres atrás el viaje era mucho más divertido. Nos paramos cerca de un árbol de magranas, cogimos unas cuantas y proseguimos el camino hasta otra finca donde parecía que crecían en el suelo. Pedimos permiso a los dueños mientras charlábamos cálidamente. Nos sentíamos felices y agradecidos.
Proseguimos la ruta y vimos un monasterio donde nos apeteció parar y donde comimos tunas.
Otra parada, nueces.
Los dioses nos seguían proveyendo de comida en nuestro inesperado viaje.
Finalmente llegamos a Tomstone.
No me impresionó nada, pero disfruté mucho probándome sombreros de vaquero con Milenko mientras nos regalaban un trozo de pastel casero, cortesía de la casa.
Volvimos al coche y la vuelta fue un atardecer en el desierto de Saguaros. Recuerdo haber pensado, "Hace falta algo horrible, realmente feo, porque si no me moriré de tanta belleza"
Fue una sobredosis de belleza, pese al frío, pese a la rueda pinchada.

Son este tipo de historias las que me han hecho llorar durante todo el viaje desde Nueva York a Amsterdam.
Me he sentido libre, fuerte y viva. Como una privilegiada. Por primera vez he sentido el mundo entero en mi corazón.
Recuerdo lo que me dijo un día Amir: "Quizás no eres una mujer de mundo, pero tienes el mundo en tu corazón" Hoy es la primera vez que lo he sentido.
Al regalar ese pequeño trozo de rubí en bruto a Milenko, sentí que le daba un trozo de mi propio corazón, pero al contrario de tantas veces, sentí que no lo perdía sino que mi corazón era esos pequeños trozos desperdigados por todo el mundo que estaban fuertemente conectados entre sí. Y recordé todos los trozos que he repartido durante toda mi vida en diferentes lugares.
El mundo no es una jungla. Existen multitud de refugios y oasis donde pasar un rato de sosiego, aunque el camino lo hagas sola.

Me siento impaciente por abrazar a mi gente de Barcelona, de estar con ellos y disfrutarlos, antes de volver a irme.