12.3.08

DE VUELTA AL PACÍFICO

SALIDA DE D.F.


Danzantes mexicas en la plaza de Coyoacán. Entre ellos están Yaotécatl, Ricardo y Carol.


Por fin salimos de la espiral centrípeta de energía que nos mantuvo en D.F. casi dos meses y medio.
No fue gratis la salida. Tuvimos que pagar cuota a la policía que no nos dejaba salir sin aflojar la pasta. Pensábamos que saldríamos de D.F. sin ningún asalto, ni robo, como todo el mundo se sorprendía, pues no. Tuvimos que sobornar a un poli con 500 pesos ya que nos querían encerrar la Paca en el depósito y pagar 1.800 pesos por la multita. Según la ley, no podíamos circular ese día por D.F. con nuestra matrícula. Una medida para aliviar el tránsito de la ciudad. Nosotros, muy despiertos, salimos el único día que no podíamos circular con la Paca y ya a punto de salir, a poco menos de media hora de traspasar los límites de la ciudad nos percatamos que era el día fatal, ahí aparecieron. Fue un show muy vistoso y nos estrenamos en el ritual del regateo sobornil.

Cuando salimos con todo encima y la Paca intacta, "ens fèiem creus".
D.F. ha sido una ciudad ambivalente. Hemos sido muy bien acogidos y hemos conocido gente muy interesante con la que compartir pero a la vez es una ciudad muy dura, que te va desgastando poco a poco. Aún no sabemos, y quizá tampoco nos apetece sacar conclusiones definitivas del por qué hemos estado tanto tiempo. Las reparaciones y mejoras a la Paca que fuimos posponiendo desde USA, cuando no se alargaban o se complicaban, otras cosas se estropeaban y todo ello nos hizo perder mucho tiempo. A eso se añadía una cierta dependencia hacia las personas que conocimos y que nos planteaban propuestas interesantes y así fueron pasando las semanas.
Además la pérdida de nuestro ángel blanco nos dejó un poco aturdidos durante un tiempo.
Nos hemos llevado cosas muy buenas pero también hemos dejado mucha energía aquí. Más de dos meses ha sido excesivo.

Última noche con Rodri

En los tianguis (mercado) de Avenida del Imán

MICHOACÁN


Partimos rumbo al Pacífico pero sin prisa y nos dio tiempo a pasar por el estado de Michoacán tranquilamente haciendo alguna parada.
En Pátzcuaro nos quedamos dos días disfrutando de una bonita ciudad con arquitectura colonial y plazas muy agradables.
También hicimos un alto en Angahuan desde donde pudimos acceder al volcán Paricutín y al pueblo de San Juan Parangaricutiro que en 1943 fue enterrado por una colada de este volcán dejando únicamente visibles los restos de la iglesia que aún se elevan entre la lava solidificada.

San Juan Parangaricutiro

Hicimos esta excursión a caballo para estrenarnos y quizás fuimos un poco atrevidos porque era una excursión de siete horas! Un poco excesivo para nuestras posaderas vírgenes.
No nos resultó extraño ni difícil estar cómodos sobre los caballos. Eran mansos y obedecían pero no sospechábamos lo duro que era para los aductores y la espalda. Cuando bajamos a los pies del volcán fue una liberación, daba gusto usar las piernas y olvidar la silla de montar. En media hora nos plantamos en el cráter aún humeante y caliente, rodeándolo cómodamente y apreciando el paisaje.

El cono del Paricutín

Cuando bajamos de nuevo hasta donde estaban nuestros caballos, nos daba pereza subir de nuevo y notar la silla dura.
Incluso hubo caída incluida. El caballo de Antonia se asustó de una bolsa negra de plástico que estaba en el suelo y al segundo después ella estaba sentada en la tierra. Fue tan rápido el quiebro que ni se enteró de lo que había pasado. Imaginad su paranoia en cualquier cosa que había en el suelo, dirigiendo al animal tan asustadizo, no deseando que se cruzara ninguna camioneta en la vuelta. Sobre todo cuando íbamos por terreno pedregoso, ahí una caída no hacía ninguna gracia.
La expedición estuvo preciosa y la experiencia del caballo también, aunque francamente no sabemos cómo aguantan los habituales esos movimientos, especialmente en el trote, al galope ni imaginamos. Tardamos dos días en reponernos completamente.

Nos fuimos de Michoacán, transitando el México profundo y entramos en Jalisco pasando de largo Guadalajara, la segunda ciudad más grande de México. Al ver las colas para entrar en el periférico de la ciudad nos trajo recuerdos de antiguas pesadillas y con el "vade retro" nos alejamos muy felices de la gran urbe.

Abandonamos Jalisco y entramos en el estado de Nayarit.
Esa mañana no nos resistimos a la turistada de parar en el pueblo de Tequila y comprar... Tequila!
La historia era pasar por los puestos e ir probando los tequilas para decidir cuál te llevabas, eso a las 10.30 de la mañana. La alegría y las virtudes del tequila nos hizo comprar tres garrafones de litro con tres tipos diferentes de tequila. Eran garrafones pero destilados caseramente de un sabor delicioso. No como el tequila que bebíamos en casa de Angel y Rubens en fin de año.
Nos puso a tono para ir al encuentro de Itxlán.

Xavi y Antonia


IXTLÁN

Itxlán se merece una entrada a parte. ¿Por qué? Además de que es el subtítulo de nuestro blog y de ser el lugar mentado en el tercer libro de Castaneda, es el símbolo de nuestro viaje. Un lugar que existe pero al que no puedes llegar, porque para llegar tienes que cambiar a una frecuencia en la que estuviste en el pasado y a la que no puedes volver, ya que todo cambió. Buscamos Itxlán pero sabemos que no hay vuelta posible, y es el camino el que nos encuentra y nos llena.

En el mapa de carreteras encuentras tres pueblos que se llaman ítxlán: Itxlán del Río, Itxlán de los Hervores e Itxlán a secas. ¿Cuál sería el lugar al cual don Genaro no pudo volver nunca más? ¿Cuál de los tres?
Al principio pensamos que sería el Ixtlán a secas, situado en Oaxaca, pero el incidente de ese día nos hizo sospechar que quizás no.
Después de Tequila, pasamos por unos cuantos pueblos y vimos Itxlán del Río. Mientras lo cruzábamos nos daba buena impresión, parecía un sitio muy agradable pero no pensábamos parar ni para poner gasolina. Cuando estábamos a 12km pasado el pueblo, el espejo retrovisor izquierdo del lado de Xavi, saltó en pedazos. Una furgoneta que iba en sentido contrario nos dio con el suyo. No podíamos seguir sin ese espejo así que cambiamos el izquierdo por el derecho y volvimos a Itxlán ya que era el pueblo más importante.
Volvimos y fuimos a una vidriería donde nos hicieron un espejo a medida ajustándolo al soporte que por suerte seguía entero. Se hizo tarde y pensamos comer unos tacos allí mismo, en la plaza mayor.
Mientras estábamos comiendo, el ambiente del pueblo y la atmósfera nos hizo pensar que quizás éste era el Ixtlán, el del Río. El desierto de Sonora estaba mucho más cerca aquí. De repente nos íbamos fijando en todos los tipos que se cruzaban con nosotros, imaginando que podían ser don Genaro, especialmente los de aspecto indígena que iban con sombrero y huaraches, es decir, la mayor parte.
Nos gustó el pueblo y estuvimos tentados de quedarnos una noche, pero nos inclinó más el objetivo de llegar al mar por fin, después de una semana de salir de D.F.
Mientras emprendíamos el camino de vuelta, sucedió una señal más, como diría don Juan. Sobre mi ventana, que estaba cerrada, se precipitaron objetos que impactaron en la Paca. Nos asustó y nos preguntábamos què había sido. Primero se viene sobre Xavi una lluvia de cristales que por suerte impactaron sobre la ventanilla subida, ahora sobre mí. ¿Qué es lo próximo que se nos viene encima?. Mientras pensábamos esto, yo veía restos de sangre en el retrovisor y paramos. Los objetos que habían impactado contra la ventanilla había sido una bandada de periquitos y aún había un par incrustados entre la cabina y el techo . Xavi cogió el primero, aún estaba vivo. Era precioso, verde y azul, dando los últimos alientos de vida. El otro estaba ya muerto.
Los dejamos debajo de un árbol y nos fuimos con una sensación muy triste e incierta.
A mí no dejaba de darme vueltas el mensaje de todo eso. La muerte mediante tres episodios con animales nos estaba diciendo algo. A mí, me parecía que nos quería transmitir que la vida era algo precioso y fugaz. Vivir el presente era vital para nuestro viaje, no dejar que el pasado o el futuro se mezclara con la experiencia del presente y tres animales hermosos nos lo expresaron con su muerte. Desde ese momento, estos animales son nuestros animales de poder, de conocimiento. El coyote, Huayna y ese pájaro. Animales que eran pura belleza y que vivieron la muerte con una pureza y una serenidad que nos conmovieron.

Esa misma tarde, el Pacífico nos dio la bienvenida con un atardecer espectacular.
Llegamos a Chacala, una playa donde las palmeras y algunas autocaravanas (las primeras que hemos visto en México) nos esperaban en un ambiente tranquilo y solitario.
El mar nos saludó de nuevo después de cinco meses.

Antonia

BAHÍA DE BANDERAS


La idea original no era llegar a Puerto Vallarta, si no ir a las costas de Baja California porque habían dos cosas que nos apetecía mucho, volver al mar y ver las ballenas, que ya no les queda mucho para emprender la migración de vuelta a Alaska. Pero recibimos dos informaciones que nos hicieron cambiar de rumbo. Una, el ferry que cruza el Mar de Cortés hasta La Paz, capital de Baja California Sur, es bastante caro para las autocaravanas y por ahora no nos podíamos permitir ese lujo. Dos, parece ser que esta temporada hay más ballenas en la zona de Bahía de Banderas que en Baja California, lugar donde tradicionalmente se han concentrado más. Así pues, el deseo de ver ballenas, que últimamente se desvanecía por lo avanzado de la fecha y por el precio del ferry, volvió a tomar forma.

Teníamos mucha desconfianza acerca de lo que nos íbamos a encontrar. Puerto Vallarta, junto con Acapulco y Cancún en el Caribe, son las mecas del turísmo playero en México. Y la impresión que nos dio conforme nos acercábamos al epicentro no fue muy buena. Anuncios de ofertas turísticas de todo tipo, condominios que privatizan las playas y cierran los accesos libres, hoteles de ensueño, cruceros atracados en el puerto...Y sobre todo, una evidente invasión gringa, como Lloret con los alemanes.
Pero la sorpresa fue grata cuando, al segundo día, nos decidimos entrar al centro, a la parte vieja. El pueblo, de momento, mantiene cierto encanto y es más tranquilo de lo esperado. Es turístico, sí, pero es agradable pasear por sus calles y sobre todo por el Malecón en un entorno de costa tropical y en el centro de la gran Bahía de Banderas.


Sin más dilación nos pusimos a buscar aquello por lo que habíamos venido, y a las nueve de la mañana del día siguiente estábamos embarcando en el Kon-Tiki a la búsqueda de una aleta dorsal, caudal o expiración en forma de agua pulverizada emergiendo de las olas. Al principio pensamos: ¡Dios, donde nos hemos metido! Mientras el barco se adentraba aguas adentro de la bahía, por los altavoces de la cubierta sonaba una música animada y el guía se enfundó su piel de animador turístico con micrófono en mano. Éramos muy pocos castellano-parlantes, algunos mexicanos y nosotros dos, el resto eran gringos y canadienses. Un poco más y nos obliga a levantar los brazos y dar palmas al son de la música y de sus trucos de líder grupal. Pero afortunadamente la dinámica cambió radicalmente. Cuando ya nos acercábamos a la zona donde se podían localizar, apagaron la música y el motor del catamarán disminuyó de revoluciones. Y el tipo, que a partir de aquel momento pasó a ser Osvaldo, comenzó a dar muchas y muy interesantes explicaciones acerca de los cetáceos. En eso que un par de delfines juguetones se acercaron a la embarcación para situarse en la proa y deleitarnos con sus saltos. Los delfines son seres muy especiales.

No tardaron en aparecer las primeras aletas y lomos ondulantes de las ballenas entre las olas y salvando una distancia prudencial las íbamos siguiendo con sigilo. Comenzaron a aparecer más y más grupos de dos o tres que el capitán avistaba, yo no sé cómo, en la lejanía. No éramos muchos y la cubierta era suficiente amplia para moverse cómodamente y poder disfrutar de una buena posición para observarlas. Se había generado muy buen clima y tranquilamente alternábamos unos grupos con otros, mientras Osvaldo seguía con sus rigurosas y detalladas explicaciones, siempre en bilingüe. No éramos la única embarcación, pero tampoco estaba masificado, aunque alguna de ellas se salto el protocolo de los 40 mts de acercamiento.
Ninguna ballena nos regaló uno de esos espectaculares saltos, pero una de ellas sacó la cabeza y parte del cuerpo durante unos segundos y muchas colas emergían del agua en sus bailes de apareamiento. Estuvimos casi tres horas rodeados de ellas y observándolas apaciblemente.

El tour incluía desayuno y barra libre. Y como habíamos hecho buenas migas con la tripulación, al final, yo diría que malígnamente, no pararon de ofrecernos margaritas, que es un combinado de limón, tequila y no sé qué más, que íbamos liquidando mientras charlábamos tranquilamente con ellos. El caso es que cuando pisamos tierra de nuevo, llevábamos un cogorzón y una alegría en el cuerpo que ni nuestros mejores años. Al llegar a la Paca, no pudimos más que tumbarnos sensualmente y dormir la mona bajo el sol tropical del mediodía. Por suerte, el alcohol no borró de nuestra memoria la grata experiencia de haber visto de cerca y compartir un rato las aguas con las ballenas, unos seres también muy especiales.



Los días posteriores los hemos dedicado a conocer algunas playas del sur de la bahía de las cuales teníamos pequeñas referencias. Al llegar a Boca de Tomatlán, un pueblito enclavado en una encantadora cala, descubrimos que el mapa tenía razón y que a partir de ahí la carretera no sigue paralela a la costa. Más allá sigue habiendo playas, incluso algunas habitadas y con servicios y la única manera de acceder es en lancha. Hay montada una red de lanchas-taxi que las conecta entre ellas a precios muy razonables. Nos pareció interesante y decidimos ir a pasar una noche a Yelapa, la más conocida, pero al llegar no fue del todo de nuestro agrado. El sitio es privilegiado, con vegetación tropical que llega hasta la misma costa y mar de colores intensos, pero la playa está demasiado saturada de cabañas, chiringuitos y demás y no había una zona bonita donde plantar la tienda. Así pues, estuvimos unas horas y decidimos ir a Quimixto, otra playa que habíamos visto desde la lancha a medio camino y que tenía un aspecto más solitario y salvaje.
A la mañana siguiente pasamos un día precioso en una playa paradisíaca, con una vegetación tropical exuberante y multitud de aves acuáticas revoloteando a nuestro alrededor.



Al regresar por la tarde en la lancha a Boca nos reencontramos con una pareja que vimos dos días antes en la playa. Karla y Michel, ella es instructora de buzo y él músico. Nos regalaron una tarde-noche-madrugada en su bonita casa donde estuvimos disfrutando de su compañía entre nubes verdes y líquido transparente. Escuchando a Medesky y cia., Fela Kuti, Miles y la música de Michel... que fue una delicia para nuestros oídos.
Son una pareja del norte de México, de Monterrey y Durango que están juntos en este pueblito encontrando la tranquilidad y el clima tropical.


Antonia y Xavi

(Faltan fotos del cráter del Paricutín y la iglesia sepultada y también de las ballenas)

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