18.8.08

EL SUEÑO ROTO

LA GRAN METÁFORA DE LA PACA

Algunas semanas después, no recuerdo cuantas, de la primera cola de tormenta tropical, nos volvió a azotar una segunda, y ésta fue en sentido literal y metafórico.

En este clima tropical es habitual, en época de lluvias, que prácticamente cada día llueva de manera más o menos intensa y sin una hora fija. Cuando lo hace intensamente es una gozada sentir cómo el cielo se cae en forma de agua sobre tus cabezas y todo lo que hay bajo su dominio. Es una lluvia de temperatura templada pero furiosa que hace que las calles se conviertan en ríos en pocos minutos y no te importe en absoluto acabar empapado, al contrario, tiene su lado divertido y liberador. No se hacen interminables y el ambiente se refresca un poco, pero nunca se enfría lo suficiente como para sentirte incómodo después de haberte mojado.

Pero aquello fue diferente, no entrañaba la alegría de esa lluvia casi festiva y purificadora. Fueron muchos días, tampoco recuerdo cuántos, de lluvia continua y mantenida. La Paca ha sido durante todo este viaje nuestra casa, nuestro hogar que creamos con mucha ilusión desde el principio como una proyección de nosotros y que fuimos gozando y manteniendo a lo largo del camino, sintiéndonos algunos momentos casi invencibles. Pero en esos días no soportó tanta agua caída sin descanso y empezó a tener goteras y filtraciones. Como una gran metáfora, comenzó a mostrar debilidades que hasta el momento no había mostrado; como si un agente externo, el agua, símbolo del mundo emocional, pusiera en evidencia que habían más fisuras de las que imaginábamos. De repente, el agua y la humedad se apoderó de nosotros y de nuestro hogar. Estuvimos muchos días prisioneros de eso y prácticamente todo lo que estuviera en contacto con las paredes exteriores acababa empapado. Para colmo, menuda casualidad, una gotera sobre la cama de encima de la cabina, la nuestra, mojaba la parte que ocupaba Antonia impidiendo que se pudiera acostar a mi lado y obligándonos, o a dormir separados, o a dormir en la cama de atrás, que al ser más pequeña y corta no nos daba el descanso ni el arrullo que siempre habíamos tenido.
Además, cuando llegamos al Nogalito, poco antes de que empezara la época de lluvias, no nos dio la sensación de que fuera un lugar tan húmedo, pero al estar a la vera del río, rodeados de vegetación y cayendo agua a diario, sí lo era, con lo cual aquellos días, no había manera de que nada se secara y nos diera un poco de paz.
La situación nos desbordó, sentíamos que poca cosa podíamos hacer ante esta abrumadora realidad que nos acechaba y el Nogalito, ese lugar que nos podía haber dado la armonía para poder seguir soñando nuestro sueño, se fue convirtiendo en un espacio opresivo que nos metía cada vez más en una pesadilla.
Yo, después de valorar el aspecto técnico vi que lo más optimo era arrancar la vieja silicona del techo, castigada por la intemperie y volverlo a sellar, pero eso era muy laborioso y la lluvia no daba tregua, como si corriera a contra reloj y sintiera que el tiempo caía como una losa sin dejarnos pensar con claridad, sin poder parar el mundo unos instantes. Para salir del paso, lo único que pude hacer fue poner un trozo de plástico que cubriera la zona donde se generaba la gotera de nuestra cama. Y la cosa pereció que funcionaba, pero cuando ese agente externo volvía a irrumpir con fuerza, de nuevo teníamos que dormir separados o incómodos.

Y EL HURACÁN CONTINUABA

Aquel huracán al que Antonia hacía alusión en la anterior entrada no paró. Al contrario que la mayoría, que van perdiendo energía conforme pasan los días, éste fue adquiriendo más y más velocidad y fuerza generando un dolor cada vez más profundo y ácido. El río que pasa por Boca de Tomatlán se desbordó anegando el jardín donde hubiéramos vivido, al igual que mis ojos, que ya llevaban días desbordándose.

Pero éste huracán no tenía un sentido anti-horário, es decir, una fuerza centrípeta, sino que su fuerza era centrífuga y Antonia, por mucho que yo la intentara aferrar para que no se me fuera, no pudo mantenerse en el centro de su ojo hasta que al final salió disparada junto con esa tromba de agua que aquella cola de tormenta tropical nos trajo.

Decidió irse a vivir a un apartamento que alquiló en Vallarta porque la situación era insostenible. Yo no soportaba vivir sólo en nuestra Paquita ni el aislamiento del Nogalito y también me busqué algo por el centro. Por aquellos días los ríos se seguían desbordando, esta vez fue el de "El Edén". Al probar un día sus aguas note que su sabor era el mismo que la que caía por mis mejillas sin parar. Al rato parecía que volvían a su cauce, pero en realidad no era más que una puta montaña rusa de dudas y emociones en carne viva. Nada que ver con aquella en la que nos montamos una noche en Las Vegas, de la que no comentamos nada en su día, y que su carricoche nos transportó durante un momento eterno en un vaivén de felicidad sobre las miles de luces de la ciudad del pecado y bajo las estrellas del desierto de Nevada.

Ahora siento que la devastación ha sido extrema, que el sueño se ha roto en pedazos y que la distancia parece definitiva. Que no puedo vivir en el mismo lugar al que llegamos con tanta esperanza e ilusión y que nos acogió con tanta luminosidad, porque cada rincón de la Bahía me recuerda esa luz que ya no podré compartir o ese dolor que se ha aferrado a mis vísceras. Me siento agotado y no tengo fuerzas para seguir el viaje solo, no por ahora. No le veo sentido sin mi compañera de viaje, con la que pintamos con nuestras manos entrelazadas el lienzo de nuestros sueños durante tantos años. Ese lienzo que con nuestra magia lo acabamos convirtiendo en realidad y cada vez parecía más sólido e interminable.
Y el Pacífico, el mismo que varios miles de kilómetros más al Norte nos bautizó y nos catapultó hacia ese sueño hace ahora casi un año, se me antoja basto y duro. Mientras los cálidos brazos de mi Mediterráneo me susurran en la distancia promesas de bálsamos para mi corazón y fuerza para mi voluntad.

Así que en breve, antes de que acabe agosto, estaré pisando el suelo del lugar del que me fui y al que no quería volver por el momento, pero siento que no me queda otra elección para desprenderme de éste presente que me ahoga y me tiene atrapado. Sabiendo, también que cuando esté allí, echaré mucho de menos éste maravilloso continente y a la persona que, en un principio, se queda.

A la Paca la dejaremos guardada en un "storage" (un almacén para éste tipo de trastos) y quizá también adquiera la metáfora de dejarla dormir un tiempo para después despertarla los dos con fuerza renovada y quién sabe si poder curarle las heridas de su pobre estructura maltrecha por el camino. O simplemente como un faro, para mí, en el lejano horizonte americano que recuerde que los viajes son sueños que se hacen realidad. Aunque en estos momentos sienta que el sabor es amargo y ni tan siquiera pueda creer que pueda convertirse en agridulce, para al final acabar siendo sólo dulce.
El dulce más bonito que he tenido hasta ahora.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Los brazos de ese mediterráneo te esperan abiertos. y si los viajes son sueños que se hacen realidad, a ti te queda mucho por soñar.
hasta dentro de bien poco, amigo.
óscar

Anónimo dijo...

Los brazos de ese mediterráneo te esperan abiertos. y si los viajes son sueños que se hacen realidad, a ti te queda mucho por soñar.
hasta dentro de bien poco, amigo.
óscar

Anónimo dijo...

hola,soy angel,serenidad,amor sabiduria,diferenciar azeptar,tener fe,la unica enfermedad k se cura por contagio es la de la pena,aki tendras el mayor abrazo d la gente ke te kiera,mi hermano.ten fe..t kiero tio

Gerard dijo...

Hola Xavi! Soy Gerard. Me llegó tu carta y me gustaria que pudieramos hablar de todo esto. Estoy preocupado por ti, no se si estas aqui o alli ni si tienes donde vivir a tu regreso. Si lees esto ponte en contacto conmigo por favor, tenemos mucho de que hablar. gerardbb78@hotmail.com 626255625