29.2.08
UNA TARDE DE FUTBOL
"Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie.
En Wembley suena todavía el griterío del Mundial del 66, que ganó Inglaterra, pero aguzando el oído puede usted escuchar gemidos que vienen del 53, cuando los húngaros golearon a la selección inglesa. El Estadio Centenario, de Montevideo, suspira de nostalgia por las glorias del fútbol uruguayo. Maracaná sigue llorando la derrota brasileña en el Mundial del 50. En la Bombonera de Buenos Aires, trepidan tambores de hace medio siglo. Desde las profundidades del Estadio Azteca, resuenan los ecos de los cánticos ceremoniales del antiguo juego mexicano de pelota. Habla en catalán el cemento del Camp Nou, en Barcelona, y en euskera conversan las gradas de San Mamés, en Bilbao. En Milán, el fantasma de Giuseppe Meazza mete goles que hacen vibrar al estadio que lleva su nombre. La final del Mundial del 74, que ganó Alemania, se juega día tras día y noche tras noche en el Estadio Olímpico de Munich. El estadio del rey Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que decir."
Eduardo Galeano. "El fútbol a sol y a sombra"
Durante todo este tiempo en el D.F. hemos estado viviendo a menos de un kilómetro del Estadio Azteca, uno de los campos más emblemáticos del mundo. Aquí se produjo la famosa "mano de Dios" de Maradona contra Inglaterra que le permitió ganar a Argentina el mundial 86 contra Alemania en la final que se jugó en este mismo estadio, donde Valdano le rogaba a la pelota que entrara.
De eso hace ya muchos años, pero el Azteca sigue siendo un estadio futbolero y es el feudo del club América mexicano. Y como Galeano sugiere, que los estadios tienen alma, no podía estar aquí, viéndolo por fuera varios días y no asistir a un partido. Además, las entradas son muy baratas, 65 pesos (4 euros) y puedes elegir cualquier punto del estadio. Obviamente elegí el mejor, la parte baja de la segunda gradería. Me tocó la octava jornada del Torneo de Clausura, América contra Santos (no confundir con el club brasileiro).
En cuanto al estadio, pues hombre, es muy bonito, con esa gran marquesina que lo cubre todo. Oficialmente tiene un aforo de 105.000 personas, algo menos que el Nou Camp y es un poco más pequeño debido a que las localidades están más apretadas. Lástima que pocas son las ocasiones en que se debe llenar por completo. En este partido, como mucho, se llegó a media entrada.
En el aspecto futbolístico, por lo que vi, el fútbol mexicano no tiene ni la intensidad ni la calidad de las grandes ligas europeas. El ritmo del balón es mucho más lento y el juego más impreciso. Eso sí, se jugó bastante tiempo efectivo y hubo deportividad, sólo se vio una tarjeta amarilla.
La afición del fondo sur, como siempre, no pararon de animar y saltar durante todo el partido, haciendo sonar unos tambores con ritmos que a mi me recordaban a las danzas indígenas, seguramente motivados por el subsuelo. Y eso que fueron perdiendo durante todo la segunda parte.
En definitiva, una tarde de domingo futbolera. No fue la final del Mundial del 86, ni un trascendental partido donde la grada vibra con su selección. Pero yo sentía esos ecos, me gustó estar allí y me lo pasé muy bien. Por si a alguien le interesa, el resultado fue 0-1.
Xavi
25.2.08
¡¡GRACIAS!!
Queremos agradecer a todos/as aquellos/as que nos han ayudado a que nuestra fuerza no decaiga nunca y que podamos seguir en este incierto y fascinante camino que es el castanedasway. Cada mensaje en el blog o cada email nos ha dado mucha fe y energía en el día a día de este viaje que a veces se hace duro.
Cada uno a su manera, de este lado o al otro del Atlántico han contribuido a nuestra andadura.
Gracias
http://picasaweb.google.com/antoniasway/Gracias
Cada uno a su manera, de este lado o al otro del Atlántico han contribuido a nuestra andadura.
Gracias
http://picasaweb.google.com/antoniasway/Gracias
ASCENSIÓN AL IZTACCIHUALT 5.230 MTS
Iztaccihuatl quiere decir mujer blanca en Náhualt. Es un volcán apagado, aunque sería más preciso decir que es un macizo volcánico que en su apogeo debió tener varios cráteres. Aún queda uno bien visible y yo diría que los dos circos que ahora están cubiertos por pequeños glaciares, condenados inevitablemente a su desaparición en breve, son cráteres erosionados.
Cuenta la leyenda que había una joven princesa pretendida por un apuesto plebeyo. A él, para merecer el amor de ella, le enviaron a la guerra. Pasaron los años y no regresó y la princesa desconsolada se abandonó a un sueño eterno. Cuando por fin regresó, encontró que su amada yacía inerte y más bella que nunca y decidió sentarse a su pies a la espera de que algún día despertara. Ella es el Iztaccihuatl y él, el Popocatépetl y desde la distancia, en efecto, el Izta parece una mujer dormida y el Popo un hombre sentado con aquella postura del que se abraza las rodillas. Dicen también, que cuando estas montañas despierten, este país, maltratado por su propia historia, comenzará a despuntar. Por el momento el Popo ya lleva algunos años escupiendo continuas fumarolas de esperanza, algunas de ellas, de gran espectacularidad.
Pues bien. Cuando llegué a D.F., me enteré que al Popo está prohibido subir debido a su actividad, pero supe de la existencia de La Mujer Dormida. Conocí a algunos que lo habían ascendido y fui recopilando información mediante ellos y por internet. Incluso algunos días, cuando la contaminación lo permitía, al oriente de la ciudad emergían las dos cumbres con ese aire altivo de las grandes montañas. De hecho, la tarde que enterramos a Huayna, el Iztaccihuatl estuvo presente en la distancia tintado con las luces del ocaso.
Después de dos meses de posponer el deseo creciente, por fin llegó el momento. Al final no pude engañar a nadie de los de por aquí y el que se dejó engañar, Luís Arturo, no pudo venir. Bueno sí, hubo alguien a quien sí engañé, mi fiel compañera. A mi me hacía ilusión que Antonia, después de tanto tiempo explicándole las sensaciones que se viven en la altura, pudiera experimentarlas por sí misma y ésta era la montaña idónea porque, al margen del respeto que siempre hay que guardarle a la alta montaña, no presenta grandes dificultades técnicas.
A mí me producía mucha curiosidad experimentar la altura, por todo lo que me había explicado Xavi y por las lecturas de Kurt Diemberger o Messner. Pero también me daba muchísimo respeto y sentía inseguridad hacia las reacciones de mi propio cuerpo, por eso a la primera intentona frustrada por un catarro de Xavi, me alegré por dentro. Me daba curiosidad pero también me daba pereza sufrir, esa ambivalencia que siempre he sentido por la alta montaña.
Elegimos ir entre semana para encontrar una soledad que se materializó por completo. ¡Estábamos totalmente solos! Como esos días estábamos en Amecameca, tan solo tuvimos que ascender los 30 kms de carretera al Paso de Cortés, un puerto entre el Izta y el Popo, más 8 kms de pista hasta La Joya, casi a 4000 mts, lugar de donde sale el camino hacia el refugio de Los Cien. Comenzamos a caminar pasado el medio día, con suficiente margen de tiempo y un cielo caprichoso que se cubría y se despejaba según su antojo, pero nunca amenazante. La primera mitad de la aproximación fue tranquila y a un ritmo pausado. A pesar del peso de la mochila y que la respiración ya empezaba a ser entrecortada me encontré muy bien. Pude comprobar que dos meses viviendo en D.F., a 2500 mts, habían hecho su efecto en la aclimatación. La segunda parte ya se hizo más dura, sobre todo a Antonia. A media hora del refugio y al cambiar de vertiente, el fuerte viento nos arrancó literalmente a grandes mordiscos el calor del cuerpo. Cuando entramos en el refugio estábamos totalmente destemplados y nos costó un buen rato entrar en calor.
Empecé bien y aunque sentía que mi cuerpo no estaba como siempre podía caminar y tener un ritmo lento pero estable. Fue casi llegando al tercer portillo y de éste al cuarto, cuando faltaba como unos 300 mts de desnivel para llegar al refugio cuando se hizo muy penoso para mí. La mochila cada vez pesaba más y sentía que era la más pesada de mi vida. El pecho estaba encogido y no podía agrandarlo en las inhalaciones, a la vez que sentía una punzada en el final del esternón cada vez que lo hacía. No tenía migrañas pero sentía como si tuviera un casco que me comprimiera la cabeza.
Ya casi llegando al refugio me decía a mí misma que no iba a subir al día siguiente, porque serían peores las sensaciones. No pensaba "Estos alpinistas están locos" pero sí que encontraba malsano subir en estas condiciones y no estoy hecha para este tipo de sacrificio.
Un café bien caliente y unos sorbos de tequila que alguien había dejado allí, ayudó a templarnos mientras veíamos el atardecer a través de los cristales. Ya cenando y con la oscuridad total, la gran masa de luces urbanas de los veinte millones de habitantes del Distrito Federal se perdía en el horizonte 2000 mts por debajo de nuestras cabezas.
El viento siguió rugiendo toda la noche pareciendo que fuera a arrancar alguna chapa metálica de la estructura del refugio en cualquier momento. Cuando salimos a hacer la última evacuación, la niebla nos envolvía creándome muchas dudas. Todo eso, la altitud con una pequeña migraña, el frío y los nervios que siempre se adhieren al saco la noche antes del ataque a la cumbre, hizo que no pudiéramos dormir profundamente en toda la noche. El despertador sonó a las seis, me asomé a la ventana y no brillaba ninguna estrella. El viento, aunque con menor intensidad, seguía soplando. Ya a las siete, con claridad, pude ver que esas nubes que tapaban las estrellas eran altas, que la montaña estaba despejada y el viento parecía que aminoraba. El ánimo se apoderó de mi y tras un café y una barrita energética me puse en marcha. A las siete y media, en mi línea.
Al oír el despertador y a Xavi poniéndose en marcha, sentía el dolor de cabeza que no me había abandonado en toda la noche. No pude dormir, ninguna posición me ayudaba a obviar la opresión que sentía en el pecho y pensé "aquí me quedo". Seguí en el refugio en compañía de nuestros amigos ratoncitos que nos habían acompañado toda la noche.
Al llegar al filo de la arista, el amanecer me hizo un regalo en forma de un denso mar de nubes en la vertiente de Puebla, la Este. A partir de ahí un terreno vertical entre fantasmagóricas formaciones volcánicas me depositó en la denominada Primera Rodilla, ya a 5000 mts. En ese punto pude ver parte de la larga travesía que va recorriendo la anatomía de La Mujer Blanca. El paisaje era un tanto desolado y la absoluta soledad multiplicaba la sensación de pequeñez. Pero a la vez, era un acicate que me empujaba a adentrarme en ese territorio. Encontrarte solo en un entorno de alta montaña es una sensación de plenitud que te ensancha el pecho ya empequeñecido por la falta de oxígeno.
El día fue calentándose, no había ninguna nube amenazadora y el Popo, siempre a mis espaldas, estaba espléndido. Con el ritmo lento que te marca la altitud y la respiración acelerada, llegué al borde del glaciar, que sería el vientre. En el lado opuesto vi por primera vez la cumbre. No estaba lejos, quedaba cruzarlo para acceder a una arista, que restos de azufre la teñían de amarillo, para situarme al pie de la pirámide somital. Los últimos metros fueron lentos, pero cargados de la emoción que te otorga el saber que ya nada te va a privar de encaramarte a ese punto deseado. Pero cuál fue mi sorpresa cuando al llegar a la supuesta cumbre vi que más hacia el norte, al otro lado de otro pequeño glaciar, había otro punto elevado con una cruz. Desde la distancia parecía más bajo, pero donde yo estaba no había nada, ni siquiera una fita que me sacara de dudas. Así pues, aunque me costó reconocerlo, llegué a la conclusión que la cumbre principal era la otra y que donde estaba era una antecima y a pesar de que ya me sentía algo desgastado hice el último esfuerzo, por aquello de la honestidad.
Me desperté a las nueve y media. El dolor de cabeza persistía pero al comer algo y beber un poco se fue calmando. El café ya fue totalmente reparador.
Justo en ese momento aparecieron en el refugio unos chavales de quince años aproximadamente, eran siete u ocho. No tenían pinta de montañistas, para nada. Iban vestidos con tejanos y bambas, parecían que estaban de paseo. No llegaron a la vez y hasta que no se reunieron todos no entraron en el refugio. Aunque no me daba buena vibra, opté por buen humor y simpatía, hablándoles y pregúntandoles mucho. En verdad que funcionó porque incluso pensaron que yo era la que guardaba ese refugio, ¡Si eran cuatro paredes de lata!
Algo hablaban pero sobre todo a lo que se dedicaron es a arrasar con la comida y el agua que los diferentes montañeros habían dejado en un estante del refugio e internamente pensé "Menos mal que estoy aquí porque hubieran arrasado con lo nuestro, dejándonos en calzones"
Después de un buen rato, se fueron y por fin pude relajarme y abandonar el refugio. El día no era cálido, el sol apenas calentaba y era una lucha contra el frío el disfrutar de las vistas y del paisaje.
Las vistas eran sobre todo de la ciudad de México y Amecameca, a lo lejos se vislumbraban las cumbres del Toluca y el Popo siempre omnipresente.
Al cabo de un ratito apareció un hombre vestido con pantalón corto, camiseta y una botella de agua. Era Ernesto. Se estaba preparando para la maratón y !había subido corriendo desde la Joya! Decía que aún no estaba en forma pero que estaba trabajando para ello y mantuve una agradable conversación con él. Durante la charla nos sorprendió un hongo de humo gris que salió del Popo. ¡Impresionante!
Disfruté del paisaje, me hice la foto de cumbre, comí algo, me fumé el cigarrito de rigor y emprendí el descenso dejándome deslizar por aquellas laderas que algunas eran de tierra descompuesta. A mitad de descenso, el Popo escupió una densa nube de ceniza gris que se elevó más de mil metros sobre él, un momento de gran espectacularidad. En el refugio me esperaba Antonia con los brazos abiertos y compartí con ella la alegría de la cima. Uno de los síntomas de la altura, entre muchos otros, es la falta de apetito y en toda la ascensión no comí prácticamente nada, con lo cual en ese momento me sentía bastante desfallecido. Descansé un poco, me preparé un precocinado de pasta calentito que me sentó divinamente y me recuperé.
La bajada a La Joya nos la tomamos con mucha calma, disfrutando del camino que el día anterior había costado tanto subir y gozando de una tarde que al final acabó siendo espléndida, con un cielo limpio e intenso. Ya casi abajo nos cruzamos con un guía que subía con su cliente a pasar la noche en el refugio para intentar al día siguiente la cumbre. Le pregunté cuál de las dos es la cumbre principal y me dijo que la primera, que entre las dos hay una diferencia de diez metros. Así pues, fui a la de la cruz en vano, pero si en el Pirineo se consideraría como dos tresmiles, puedo decir con total autoridad que he hecho dos cincomiles,¿no?
Para mí casi el mejor momento, cuando llegas al coche y ya no tienes que andar y cargar nada más. Había disfrutado-sufrido la experiencia y ya sabía en mis propias carnes de qué se trataba. No pienso repetirla.
En mi interior añoré los paisajes salvajes del Pirineo y las ascensiones o aproximaciones que siempre te sobrecogen la mirada en esas tierras. ¡Y sin dolores de cabeza! ¡Y respirando con normalidad!
El día acabó de vuelta en Amecameca, cenando con la compañía de Rosa María y Yaotecatl en ese acogedor comedor. Me encontré muy cómodo durante toda la ascensión, pese a que no estoy en mi mejor momento físicamente. Y, además, con la buena sensación de haberme reencontrado, después de tanto tiempo, desde el Himalaya, con esas sensaciones tan especiales que sólo te ofrece la gran altura.
XAVI Y ANTONIA
INFORMACIÓN TÉCNICA
El Iztaccihuatl tiene varias rutas de ascenso. Había una que me atraía mucho que discurre por su vertiente Oeste y traza una línea bastante directa hacia El Pecho, que es la cima principal, pero su desnivel es considerable (2500 mts), ya que parte del pueblo de San Rafael, a 2700 mts. Como no estoy en un estado de forma increíble, decidí hacer la ruta normal o Arista de la Luz, de mucho menos desnivel al empezar a 3990 mts. La Arista de la Luz recibe su nombre porque recorre la arista sur del macizo y comienza la ascensión por la parte de Los Pies. En total son 1240 mts de desnivel. Hay gente que lo hace en el día, pero yo preferí hacer noche en el refugio de Los Cien (o del Diecinueve) para aclimatar mejor y porque me apetecía pasar una noche en la montaña.
Este invierno está siendo muy seco y la montaña no tiene prácticamente nieve, tan sólo queda algo en las vertientes nortes un poco por debajo de los 5000 mts. En condiciones normales la nieve empezaría un poco antes del refugio, a excepción de nevadas excepcionales, que también las hay. A parte del Glaciar de Ayoloco, el más grande y situado en el vientre y otro más pequeño en el circo del Pecho.
Aproximación al refugio de Los Cien (4720 mts)
Desnivel: 730 mts
Tiempo: de 3 a 5 horas (nosotros tardamos 5)
El camino empieza en La Joya y discurre primero por la arista Sur-Oeste que baja de la cumbre de Los Pies y después por la larga e irregular arista principal Sur. No va por el filo, sino que va cambiando de vertiente hasta cuatro veces mediante unos collados llamados "portillos". Comienza en la vertiente Oeste para acabar finalmente en la misma vertiente, lugar donde se asienta el refugio. Hasta el primer Portillo el camino discurre por una zona de matojo bajo. Entre el primero y el segundo (vertiente Este) empieza un terreno más o menos descompuesto de tierra suelta entre bloques de roca volcánica que se irá alternando con zonas mas sólidas hasta prácticamente la misma cumbre. Pasado el segundo Portillo una larga travesía ascendente flanquea por debajo del contrafuerte Oeste de Los Pies para ya en el tercer Portillo situarse en la arista principal. Aquí vuelve un tramo de tierra hasta que se encarama en la sólida arista para cruzar ya el cuarto, donde sólo queda ascender una pequeña colina tras la cual está el refugio. El refugio es sencillo pero acogedor, de unas 20-25 plazas y no demasiado sucio.
Ascensión al Iztaccihuatl (5230 mts)
Desnivel: 510 mts
Tiempo: de 3 a 4 horas (yo tardé 2:45 hasta la cumbre
principal, más 20 min hasta la falsa cumbre)
Saliendo del refugio se remonta una pendiente de tierra hasta volver a empalmar con la arista, unos 100 mts más arriba. La arista no es afilada, más bien es un ancho pilar de formaciones volcánicas entre las que vas buscando los pasos lógicos apoyando de vez en cuando las manos. Esta zona sería bastante perdedora si en el descenso ya se ha enganchado la niebla. Se llega así a la Primera Rodilla (5020 mts), que es el filo sur de un cráter abierto hacia el Este. Se atraviesa este cráter para situarse en la Segunda Rodilla y después superar otra cota que, digo yo, sería la cresta iliaca. Desde este punto ya tienes ante ti el Glaciar de Ayoloco y al fondo la cumbre. Para mí éste fue el tramo más bonito de toda la ascensión, como una especie de altiplano a unos 5100 mts flanqueado por varias cumbres, dándote la sensación de transitar por una plataforma bastante aérea. Se cruza el glaciar, que al final tenía unos pequeños penitentes (caprichosas formas que la fusión le da al hielo) para encaramarte a un lomo ondulante de colores naranjas y amarillos y que aún huele a azufre hasta situarte en la base de la pirámide somital. Ya sólo resta subir la corta arista Sur-Este de algo más de 100 mts. La cumbre es el filo Sur del Pecho. El Pecho es un pequeño circo con un glaciar abierto también hacia el Este en cuyo lado Norte se haya la cumbre secundaria, la de la cruz. En ninguno de los dos glaciares vi grandes grietas, sí vi pequeñas grietas de algunos centímetros de ancho producidas, diría yo, más por la dilatación del hielo que por el desplazamiento.
NOTA: Aquellos días tuvimos bastantes problemas con nuestros aparatos visuales. La cámara digital se pasó dos semanas en huelga, después, milagrosamente volvió a funcionar. Y el objetivo normal de mi analógica estaba en un taller del D.F. arreglándose. Así pues solo pude hacer fotos con el gran angular, dándole a todas ellas un efecto un poco irreal. Para colmo, cuando revelé la película resultó estar en mal estado, así que, Photoshop está bien pero no hace milagros. Os pedimos disculpas por el efecto pasteloso de algunas de ellas, pero al menos, os podemos ofrecer imágenes.
FOTOS EN EL VÍNCULO DE LA IZQUIERDA
Cuenta la leyenda que había una joven princesa pretendida por un apuesto plebeyo. A él, para merecer el amor de ella, le enviaron a la guerra. Pasaron los años y no regresó y la princesa desconsolada se abandonó a un sueño eterno. Cuando por fin regresó, encontró que su amada yacía inerte y más bella que nunca y decidió sentarse a su pies a la espera de que algún día despertara. Ella es el Iztaccihuatl y él, el Popocatépetl y desde la distancia, en efecto, el Izta parece una mujer dormida y el Popo un hombre sentado con aquella postura del que se abraza las rodillas. Dicen también, que cuando estas montañas despierten, este país, maltratado por su propia historia, comenzará a despuntar. Por el momento el Popo ya lleva algunos años escupiendo continuas fumarolas de esperanza, algunas de ellas, de gran espectacularidad.
Pues bien. Cuando llegué a D.F., me enteré que al Popo está prohibido subir debido a su actividad, pero supe de la existencia de La Mujer Dormida. Conocí a algunos que lo habían ascendido y fui recopilando información mediante ellos y por internet. Incluso algunos días, cuando la contaminación lo permitía, al oriente de la ciudad emergían las dos cumbres con ese aire altivo de las grandes montañas. De hecho, la tarde que enterramos a Huayna, el Iztaccihuatl estuvo presente en la distancia tintado con las luces del ocaso.
Después de dos meses de posponer el deseo creciente, por fin llegó el momento. Al final no pude engañar a nadie de los de por aquí y el que se dejó engañar, Luís Arturo, no pudo venir. Bueno sí, hubo alguien a quien sí engañé, mi fiel compañera. A mi me hacía ilusión que Antonia, después de tanto tiempo explicándole las sensaciones que se viven en la altura, pudiera experimentarlas por sí misma y ésta era la montaña idónea porque, al margen del respeto que siempre hay que guardarle a la alta montaña, no presenta grandes dificultades técnicas.
A mí me producía mucha curiosidad experimentar la altura, por todo lo que me había explicado Xavi y por las lecturas de Kurt Diemberger o Messner. Pero también me daba muchísimo respeto y sentía inseguridad hacia las reacciones de mi propio cuerpo, por eso a la primera intentona frustrada por un catarro de Xavi, me alegré por dentro. Me daba curiosidad pero también me daba pereza sufrir, esa ambivalencia que siempre he sentido por la alta montaña.
Elegimos ir entre semana para encontrar una soledad que se materializó por completo. ¡Estábamos totalmente solos! Como esos días estábamos en Amecameca, tan solo tuvimos que ascender los 30 kms de carretera al Paso de Cortés, un puerto entre el Izta y el Popo, más 8 kms de pista hasta La Joya, casi a 4000 mts, lugar de donde sale el camino hacia el refugio de Los Cien. Comenzamos a caminar pasado el medio día, con suficiente margen de tiempo y un cielo caprichoso que se cubría y se despejaba según su antojo, pero nunca amenazante. La primera mitad de la aproximación fue tranquila y a un ritmo pausado. A pesar del peso de la mochila y que la respiración ya empezaba a ser entrecortada me encontré muy bien. Pude comprobar que dos meses viviendo en D.F., a 2500 mts, habían hecho su efecto en la aclimatación. La segunda parte ya se hizo más dura, sobre todo a Antonia. A media hora del refugio y al cambiar de vertiente, el fuerte viento nos arrancó literalmente a grandes mordiscos el calor del cuerpo. Cuando entramos en el refugio estábamos totalmente destemplados y nos costó un buen rato entrar en calor.
Empecé bien y aunque sentía que mi cuerpo no estaba como siempre podía caminar y tener un ritmo lento pero estable. Fue casi llegando al tercer portillo y de éste al cuarto, cuando faltaba como unos 300 mts de desnivel para llegar al refugio cuando se hizo muy penoso para mí. La mochila cada vez pesaba más y sentía que era la más pesada de mi vida. El pecho estaba encogido y no podía agrandarlo en las inhalaciones, a la vez que sentía una punzada en el final del esternón cada vez que lo hacía. No tenía migrañas pero sentía como si tuviera un casco que me comprimiera la cabeza.
Ya casi llegando al refugio me decía a mí misma que no iba a subir al día siguiente, porque serían peores las sensaciones. No pensaba "Estos alpinistas están locos" pero sí que encontraba malsano subir en estas condiciones y no estoy hecha para este tipo de sacrificio.
Un café bien caliente y unos sorbos de tequila que alguien había dejado allí, ayudó a templarnos mientras veíamos el atardecer a través de los cristales. Ya cenando y con la oscuridad total, la gran masa de luces urbanas de los veinte millones de habitantes del Distrito Federal se perdía en el horizonte 2000 mts por debajo de nuestras cabezas.
El viento siguió rugiendo toda la noche pareciendo que fuera a arrancar alguna chapa metálica de la estructura del refugio en cualquier momento. Cuando salimos a hacer la última evacuación, la niebla nos envolvía creándome muchas dudas. Todo eso, la altitud con una pequeña migraña, el frío y los nervios que siempre se adhieren al saco la noche antes del ataque a la cumbre, hizo que no pudiéramos dormir profundamente en toda la noche. El despertador sonó a las seis, me asomé a la ventana y no brillaba ninguna estrella. El viento, aunque con menor intensidad, seguía soplando. Ya a las siete, con claridad, pude ver que esas nubes que tapaban las estrellas eran altas, que la montaña estaba despejada y el viento parecía que aminoraba. El ánimo se apoderó de mi y tras un café y una barrita energética me puse en marcha. A las siete y media, en mi línea.
Al oír el despertador y a Xavi poniéndose en marcha, sentía el dolor de cabeza que no me había abandonado en toda la noche. No pude dormir, ninguna posición me ayudaba a obviar la opresión que sentía en el pecho y pensé "aquí me quedo". Seguí en el refugio en compañía de nuestros amigos ratoncitos que nos habían acompañado toda la noche.
Al llegar al filo de la arista, el amanecer me hizo un regalo en forma de un denso mar de nubes en la vertiente de Puebla, la Este. A partir de ahí un terreno vertical entre fantasmagóricas formaciones volcánicas me depositó en la denominada Primera Rodilla, ya a 5000 mts. En ese punto pude ver parte de la larga travesía que va recorriendo la anatomía de La Mujer Blanca. El paisaje era un tanto desolado y la absoluta soledad multiplicaba la sensación de pequeñez. Pero a la vez, era un acicate que me empujaba a adentrarme en ese territorio. Encontrarte solo en un entorno de alta montaña es una sensación de plenitud que te ensancha el pecho ya empequeñecido por la falta de oxígeno.
El día fue calentándose, no había ninguna nube amenazadora y el Popo, siempre a mis espaldas, estaba espléndido. Con el ritmo lento que te marca la altitud y la respiración acelerada, llegué al borde del glaciar, que sería el vientre. En el lado opuesto vi por primera vez la cumbre. No estaba lejos, quedaba cruzarlo para acceder a una arista, que restos de azufre la teñían de amarillo, para situarme al pie de la pirámide somital. Los últimos metros fueron lentos, pero cargados de la emoción que te otorga el saber que ya nada te va a privar de encaramarte a ese punto deseado. Pero cuál fue mi sorpresa cuando al llegar a la supuesta cumbre vi que más hacia el norte, al otro lado de otro pequeño glaciar, había otro punto elevado con una cruz. Desde la distancia parecía más bajo, pero donde yo estaba no había nada, ni siquiera una fita que me sacara de dudas. Así pues, aunque me costó reconocerlo, llegué a la conclusión que la cumbre principal era la otra y que donde estaba era una antecima y a pesar de que ya me sentía algo desgastado hice el último esfuerzo, por aquello de la honestidad.
Me desperté a las nueve y media. El dolor de cabeza persistía pero al comer algo y beber un poco se fue calmando. El café ya fue totalmente reparador.
Justo en ese momento aparecieron en el refugio unos chavales de quince años aproximadamente, eran siete u ocho. No tenían pinta de montañistas, para nada. Iban vestidos con tejanos y bambas, parecían que estaban de paseo. No llegaron a la vez y hasta que no se reunieron todos no entraron en el refugio. Aunque no me daba buena vibra, opté por buen humor y simpatía, hablándoles y pregúntandoles mucho. En verdad que funcionó porque incluso pensaron que yo era la que guardaba ese refugio, ¡Si eran cuatro paredes de lata!
Algo hablaban pero sobre todo a lo que se dedicaron es a arrasar con la comida y el agua que los diferentes montañeros habían dejado en un estante del refugio e internamente pensé "Menos mal que estoy aquí porque hubieran arrasado con lo nuestro, dejándonos en calzones"
Después de un buen rato, se fueron y por fin pude relajarme y abandonar el refugio. El día no era cálido, el sol apenas calentaba y era una lucha contra el frío el disfrutar de las vistas y del paisaje.
Las vistas eran sobre todo de la ciudad de México y Amecameca, a lo lejos se vislumbraban las cumbres del Toluca y el Popo siempre omnipresente.
Al cabo de un ratito apareció un hombre vestido con pantalón corto, camiseta y una botella de agua. Era Ernesto. Se estaba preparando para la maratón y !había subido corriendo desde la Joya! Decía que aún no estaba en forma pero que estaba trabajando para ello y mantuve una agradable conversación con él. Durante la charla nos sorprendió un hongo de humo gris que salió del Popo. ¡Impresionante!
Disfruté del paisaje, me hice la foto de cumbre, comí algo, me fumé el cigarrito de rigor y emprendí el descenso dejándome deslizar por aquellas laderas que algunas eran de tierra descompuesta. A mitad de descenso, el Popo escupió una densa nube de ceniza gris que se elevó más de mil metros sobre él, un momento de gran espectacularidad. En el refugio me esperaba Antonia con los brazos abiertos y compartí con ella la alegría de la cima. Uno de los síntomas de la altura, entre muchos otros, es la falta de apetito y en toda la ascensión no comí prácticamente nada, con lo cual en ese momento me sentía bastante desfallecido. Descansé un poco, me preparé un precocinado de pasta calentito que me sentó divinamente y me recuperé.
La bajada a La Joya nos la tomamos con mucha calma, disfrutando del camino que el día anterior había costado tanto subir y gozando de una tarde que al final acabó siendo espléndida, con un cielo limpio e intenso. Ya casi abajo nos cruzamos con un guía que subía con su cliente a pasar la noche en el refugio para intentar al día siguiente la cumbre. Le pregunté cuál de las dos es la cumbre principal y me dijo que la primera, que entre las dos hay una diferencia de diez metros. Así pues, fui a la de la cruz en vano, pero si en el Pirineo se consideraría como dos tresmiles, puedo decir con total autoridad que he hecho dos cincomiles,¿no?
Para mí casi el mejor momento, cuando llegas al coche y ya no tienes que andar y cargar nada más. Había disfrutado-sufrido la experiencia y ya sabía en mis propias carnes de qué se trataba. No pienso repetirla.
En mi interior añoré los paisajes salvajes del Pirineo y las ascensiones o aproximaciones que siempre te sobrecogen la mirada en esas tierras. ¡Y sin dolores de cabeza! ¡Y respirando con normalidad!
El día acabó de vuelta en Amecameca, cenando con la compañía de Rosa María y Yaotecatl en ese acogedor comedor. Me encontré muy cómodo durante toda la ascensión, pese a que no estoy en mi mejor momento físicamente. Y, además, con la buena sensación de haberme reencontrado, después de tanto tiempo, desde el Himalaya, con esas sensaciones tan especiales que sólo te ofrece la gran altura.
XAVI Y ANTONIA
INFORMACIÓN TÉCNICA
El Iztaccihuatl tiene varias rutas de ascenso. Había una que me atraía mucho que discurre por su vertiente Oeste y traza una línea bastante directa hacia El Pecho, que es la cima principal, pero su desnivel es considerable (2500 mts), ya que parte del pueblo de San Rafael, a 2700 mts. Como no estoy en un estado de forma increíble, decidí hacer la ruta normal o Arista de la Luz, de mucho menos desnivel al empezar a 3990 mts. La Arista de la Luz recibe su nombre porque recorre la arista sur del macizo y comienza la ascensión por la parte de Los Pies. En total son 1240 mts de desnivel. Hay gente que lo hace en el día, pero yo preferí hacer noche en el refugio de Los Cien (o del Diecinueve) para aclimatar mejor y porque me apetecía pasar una noche en la montaña.
Este invierno está siendo muy seco y la montaña no tiene prácticamente nieve, tan sólo queda algo en las vertientes nortes un poco por debajo de los 5000 mts. En condiciones normales la nieve empezaría un poco antes del refugio, a excepción de nevadas excepcionales, que también las hay. A parte del Glaciar de Ayoloco, el más grande y situado en el vientre y otro más pequeño en el circo del Pecho.
Aproximación al refugio de Los Cien (4720 mts)
Desnivel: 730 mts
Tiempo: de 3 a 5 horas (nosotros tardamos 5)
El camino empieza en La Joya y discurre primero por la arista Sur-Oeste que baja de la cumbre de Los Pies y después por la larga e irregular arista principal Sur. No va por el filo, sino que va cambiando de vertiente hasta cuatro veces mediante unos collados llamados "portillos". Comienza en la vertiente Oeste para acabar finalmente en la misma vertiente, lugar donde se asienta el refugio. Hasta el primer Portillo el camino discurre por una zona de matojo bajo. Entre el primero y el segundo (vertiente Este) empieza un terreno más o menos descompuesto de tierra suelta entre bloques de roca volcánica que se irá alternando con zonas mas sólidas hasta prácticamente la misma cumbre. Pasado el segundo Portillo una larga travesía ascendente flanquea por debajo del contrafuerte Oeste de Los Pies para ya en el tercer Portillo situarse en la arista principal. Aquí vuelve un tramo de tierra hasta que se encarama en la sólida arista para cruzar ya el cuarto, donde sólo queda ascender una pequeña colina tras la cual está el refugio. El refugio es sencillo pero acogedor, de unas 20-25 plazas y no demasiado sucio.
Ascensión al Iztaccihuatl (5230 mts)
Desnivel: 510 mts
Tiempo: de 3 a 4 horas (yo tardé 2:45 hasta la cumbre
principal, más 20 min hasta la falsa cumbre)
Saliendo del refugio se remonta una pendiente de tierra hasta volver a empalmar con la arista, unos 100 mts más arriba. La arista no es afilada, más bien es un ancho pilar de formaciones volcánicas entre las que vas buscando los pasos lógicos apoyando de vez en cuando las manos. Esta zona sería bastante perdedora si en el descenso ya se ha enganchado la niebla. Se llega así a la Primera Rodilla (5020 mts), que es el filo sur de un cráter abierto hacia el Este. Se atraviesa este cráter para situarse en la Segunda Rodilla y después superar otra cota que, digo yo, sería la cresta iliaca. Desde este punto ya tienes ante ti el Glaciar de Ayoloco y al fondo la cumbre. Para mí éste fue el tramo más bonito de toda la ascensión, como una especie de altiplano a unos 5100 mts flanqueado por varias cumbres, dándote la sensación de transitar por una plataforma bastante aérea. Se cruza el glaciar, que al final tenía unos pequeños penitentes (caprichosas formas que la fusión le da al hielo) para encaramarte a un lomo ondulante de colores naranjas y amarillos y que aún huele a azufre hasta situarte en la base de la pirámide somital. Ya sólo resta subir la corta arista Sur-Este de algo más de 100 mts. La cumbre es el filo Sur del Pecho. El Pecho es un pequeño circo con un glaciar abierto también hacia el Este en cuyo lado Norte se haya la cumbre secundaria, la de la cruz. En ninguno de los dos glaciares vi grandes grietas, sí vi pequeñas grietas de algunos centímetros de ancho producidas, diría yo, más por la dilatación del hielo que por el desplazamiento.
NOTA: Aquellos días tuvimos bastantes problemas con nuestros aparatos visuales. La cámara digital se pasó dos semanas en huelga, después, milagrosamente volvió a funcionar. Y el objetivo normal de mi analógica estaba en un taller del D.F. arreglándose. Así pues solo pude hacer fotos con el gran angular, dándole a todas ellas un efecto un poco irreal. Para colmo, cuando revelé la película resultó estar en mal estado, así que, Photoshop está bien pero no hace milagros. Os pedimos disculpas por el efecto pasteloso de algunas de ellas, pero al menos, os podemos ofrecer imágenes.
FOTOS EN EL VÍNCULO DE LA IZQUIERDA
20.2.08
La Mariposa Monarca
A pesar de que no estábamos muy animados, ya que sólo habían pasado dos días desde la muerte de Huayna, pasamos un par de días muy agradables en el entorno de la Mariposa Monarca. Fuimos con Leonor y Andrés y los cuatro viajamos en la Paca hacia este lugar.
Es un Reserva especial de la biosfera, en los límites de Michoacán y el Estado de México, abarcando una extensión de 16.110 hectáreas, donde una mariposa, la Mariposa Monarca, descansa y se reproduce durante el invierno mexicano para después volver a su punto de origen en tierras canadienses. Esta migración de varios miles de kilómetros abarca varias generaciones de mariposas y aún sigue siendo un misterio para la biología.
Era un espectaculo impresionante ver sobre ti cientos y cientos de mariposas de fuego sobrevolando el cielo. Deseábamos creer que esa belleza era la reencarnación de Huayna También fue un bálsamo volver a encontrarnos después de tanto tiempo con cielos nocturnos sobrecogedores y tomamos como buen augurio que al irnos de ese santuario, nos vinieran a despedir dos de ellas.
Es un Reserva especial de la biosfera, en los límites de Michoacán y el Estado de México, abarcando una extensión de 16.110 hectáreas, donde una mariposa, la Mariposa Monarca, descansa y se reproduce durante el invierno mexicano para después volver a su punto de origen en tierras canadienses. Esta migración de varios miles de kilómetros abarca varias generaciones de mariposas y aún sigue siendo un misterio para la biología.
Era un espectaculo impresionante ver sobre ti cientos y cientos de mariposas de fuego sobrevolando el cielo. Deseábamos creer que esa belleza era la reencarnación de Huayna También fue un bálsamo volver a encontrarnos después de tanto tiempo con cielos nocturnos sobrecogedores y tomamos como buen augurio que al irnos de ese santuario, nos vinieran a despedir dos de ellas.
De vuelta a Amecameca
Al volver de la Mariposa Monarca, estuvimos unos días en D.F. con un sentimiento muy profundo de tristeza y desánimo. La salida nos había hecho añorarla más y recordar cómo exploraba sin descanso. Nos vinieron dudas de nuestra propia fuerza frente a los peligros que podíamos afrontar en este camino. No habíamos tenido ningún contratiempo importante y surgieron con fuerza nuestros miedos.
No podíamos seguir así. Sin saber muy bien por qué llamamos a Marta para platicar con ella del tema. Nos acogió muy cálidamente y nos dijo que más tarde vendría Beto.
No sabría cómo explicarlo, pero la charla, la compañía y lo que se dijo allá nos inundó el espíritu de tranquilidad y serenidad, poco después el corazón siguió el camino y nos sentíamos más livianos. No fueron grandes revelaciones, fue un conocimiento muy interno que surgió de nosotros y se verbalizó en sus palabras. A la pregunta de Marta de por qué están aquí, en México, la única respuesta posible era estar aquí, en el aquí y el ahora, transitar esta experiencia. Se acabó la zozobra para mí.
De ahí surgió una invitación a otro temazcal para ayudarnos a desprendernos de la carga que ya no tocaba llevar encima. Muy agradecidos fuimos de nuevo a ese espacio que nos llenó de tanta magia y que por la nueva situación se antojaba muy diferente.
Fuimos convocados a las 12 del mediodía, sería un temazcal masculino y celebrado durante la energía solar. En esta ocasión pudimos estar desde el principio ayudando a recoger la leña para el fuego y los preparativos de la ceremonia. En el proceso conocimos a unos cuantos amigos de Beto que se dedicaban al teatro o a la danza y fue muy reconfortante volver a hablar de estos temas con gente afín a mis inquietudes en este sentido. Me hizo ver que aquí también hay gente que se comunica con las nuevas líneas de danza y que ven más allá del arte esceníco institucionalizado que parece prevalecer aquí. Conocí a Analía, una chica argentina de Córdoba que precisamente era amiga de Marcela y hacía una semana escasa que había estado con ella en Rosario. La abracé como si la abrazara a ella misma y ví en sus ojos esa energía tan hermosa. Charlamos de masajes, de danza, de magia, de méxico...
Ya nos convocaban para comenzar la ceremonia y a mí se me antojaba que sería muy diferente y potente, eramos personas muy diferentes, y cada una con un trasfondo muy profundo, con una visión muy clara de lo que veníamos a hacer aquí. En el temazcal de fin de año, la mayoría no sabíamos a qué veníamos, era todo descubrimiento y se respiraba mucha timidez.
Dentro del vientre de la tortuga el ambiente era más claro, no tan oscuro y un gran cuarzo en el techo iluminaba el ombligo con una luz densa que apuntaba el comienzo. Las primeras piedras con los trazos del copal empezaron a llenar el pequeño vientre de piedra de un humo muy denso que nos hizo llorar y luchar entre todos por sacar esa humareda que no nos dejaba respirar y ver. Al rato lo conseguimos y nos percatamos que habría que trabajar duro, había un denso velo que nos impedía ver el propio camino con claridad.
Cada uno se presentó a las piedras y pronunció con escuetas palabras qué quería trabajar, pero en cada petición se veía un mundo de experiencias y un largo recorrido en ese trabajo con la propia esencia. No se habló mucho más, pero no se necesitaban palabras en este temazcal, sino expresar con el cuerpo, no sólo el físico, con todos ellos para despejar las líneas de conocimiento que cada uno quería iluminar.
Hubieron momentos muy duros, de puro fuego alrededor en el que luchabas por no perecer y desintegrarte en él. En el proceso ayudaban las hojas de las hierbas medicinales que en un intento por refrescarme las pasaba como bálsamo por la cara, el agua que de vez en cuando tiraban sobre nosotros, que al primer segundo refrescaba, pero al tercero comenzaba a hervir del propio calor del cuerpo.
En el momento más duro recuerdo que los cánticos eran una manera de seguir resistiendo, "Agua purifícame, fuego del amor, quema mi temor..." Se sentía menos calor al cantar con fuerza y saber que todos estábamos luchando por transmutar todo aquello que cargamos y nos sobra ya. Se sentía esa fuerza colectiva aunque no se pronunciaran palabras.
En los momentos más extremos, Beto preguntaba si estábamos bien y ése era el momento de abrir la manta que tapaba el temazcal y entraba tímidamente el frescor del exterior para dar una pequeña tregua al proceso. Le llamaban puerta a ese momento. Mientras aprovechábamos algunos para estirarnos y así notar menos el calor en la cara, veía a Xavi que salía en cada una de esas puertas, le estaba siendo duro. Yo sentía que antes de cada puerta estaba a mi límite y tenía que salir pero ese tímido frescor que entraba me calmaba. Ya en la última puerta estuve en el suelo, incapaz de levantarme y afrontar de frente el calor. En el último instante, con los rezos de gratitud de Beto en susurros sentí como algo muy antiguo iba saliendo de mí, sentí cómo varias líneas en mi cuerpo se enderezaban e iban desplegándose hacia arriba, dirección a mi cuello, en la zona izquierda e iban subiendo hasta el hemisferio izquierdo de mi cerebro. Algo muy escondido estaba saliendo y al tener esa certeza, empecé a llorar de emoción en silencio. Ese llanto cada vez se hacía más abierto y acabó en sollozo, con el arrullo de esas oraciones.
Al salir, nací de nuevo y al tirarme Toño un poco de agua en la nuca, fue como una vuelta a la vida plena.
Me tapé y me senté en la hierba con un deseo profundo de estirarme sobre ella que obedecí. La tierra me acogía y me ayudaba a regular la temperatura de mi cuerpo.
A mi alrededor vi a los demás, algunos como yo tirados en el suelo, otros se alejaban caminando y unos cuantos volvieron a hacer una última puerta mucho más intensa que la última.
Después de eso, recuerdo haberme vestido y con una manta tumbarme cerca del fuego hasta que el sueño me abrazó.
Al despertar casi al atardecer, Xavi y yo nos encontramos solos frente al fuego. Ricardo nos invitó a comer algo y nos levantamos a la gran mesa donde todos estaban ya comiendo. Entre risas y alegría fuimos comiendo y conociendo a todas esas personas que nos habían acompañado y habían trabajado codo a codo con nosotros y nos sentimos felices con sólo espacio para dar las gracias.
Gracias Beto, Analía, Pili, Yaotecatl (Xavi le bautizó como Iztaccihualt), Toño, Mónica, Ricardo, Carol (aunque no participó en el temazcal también estuvo allá), su madre Emma, Rosa María y Xavi.
Los días que siguieron en Amecameca antes de intentar subir al Iztaccihualt fueron plácidos y agradables con la compañía de Yaotecatl y Rosa María que ya conocimos en el pasado temazcal y con Ricardo y Carol que fueron un descubrimiento de sencilla amistad. Los días pasaban tranquilos y sosegados, desgranando maíz azul, charlando, disfrutando del sol y la brisa, de los cigarrillos nocturnos en esos momentos robados al sueño y de la serenidad que inundaba nuestro espíritu.
No podíamos seguir así. Sin saber muy bien por qué llamamos a Marta para platicar con ella del tema. Nos acogió muy cálidamente y nos dijo que más tarde vendría Beto.
No sabría cómo explicarlo, pero la charla, la compañía y lo que se dijo allá nos inundó el espíritu de tranquilidad y serenidad, poco después el corazón siguió el camino y nos sentíamos más livianos. No fueron grandes revelaciones, fue un conocimiento muy interno que surgió de nosotros y se verbalizó en sus palabras. A la pregunta de Marta de por qué están aquí, en México, la única respuesta posible era estar aquí, en el aquí y el ahora, transitar esta experiencia. Se acabó la zozobra para mí.
De ahí surgió una invitación a otro temazcal para ayudarnos a desprendernos de la carga que ya no tocaba llevar encima. Muy agradecidos fuimos de nuevo a ese espacio que nos llenó de tanta magia y que por la nueva situación se antojaba muy diferente.
Fuimos convocados a las 12 del mediodía, sería un temazcal masculino y celebrado durante la energía solar. En esta ocasión pudimos estar desde el principio ayudando a recoger la leña para el fuego y los preparativos de la ceremonia. En el proceso conocimos a unos cuantos amigos de Beto que se dedicaban al teatro o a la danza y fue muy reconfortante volver a hablar de estos temas con gente afín a mis inquietudes en este sentido. Me hizo ver que aquí también hay gente que se comunica con las nuevas líneas de danza y que ven más allá del arte esceníco institucionalizado que parece prevalecer aquí. Conocí a Analía, una chica argentina de Córdoba que precisamente era amiga de Marcela y hacía una semana escasa que había estado con ella en Rosario. La abracé como si la abrazara a ella misma y ví en sus ojos esa energía tan hermosa. Charlamos de masajes, de danza, de magia, de méxico...
Ya nos convocaban para comenzar la ceremonia y a mí se me antojaba que sería muy diferente y potente, eramos personas muy diferentes, y cada una con un trasfondo muy profundo, con una visión muy clara de lo que veníamos a hacer aquí. En el temazcal de fin de año, la mayoría no sabíamos a qué veníamos, era todo descubrimiento y se respiraba mucha timidez.
Dentro del vientre de la tortuga el ambiente era más claro, no tan oscuro y un gran cuarzo en el techo iluminaba el ombligo con una luz densa que apuntaba el comienzo. Las primeras piedras con los trazos del copal empezaron a llenar el pequeño vientre de piedra de un humo muy denso que nos hizo llorar y luchar entre todos por sacar esa humareda que no nos dejaba respirar y ver. Al rato lo conseguimos y nos percatamos que habría que trabajar duro, había un denso velo que nos impedía ver el propio camino con claridad.
Cada uno se presentó a las piedras y pronunció con escuetas palabras qué quería trabajar, pero en cada petición se veía un mundo de experiencias y un largo recorrido en ese trabajo con la propia esencia. No se habló mucho más, pero no se necesitaban palabras en este temazcal, sino expresar con el cuerpo, no sólo el físico, con todos ellos para despejar las líneas de conocimiento que cada uno quería iluminar.
Hubieron momentos muy duros, de puro fuego alrededor en el que luchabas por no perecer y desintegrarte en él. En el proceso ayudaban las hojas de las hierbas medicinales que en un intento por refrescarme las pasaba como bálsamo por la cara, el agua que de vez en cuando tiraban sobre nosotros, que al primer segundo refrescaba, pero al tercero comenzaba a hervir del propio calor del cuerpo.
En el momento más duro recuerdo que los cánticos eran una manera de seguir resistiendo, "Agua purifícame, fuego del amor, quema mi temor..." Se sentía menos calor al cantar con fuerza y saber que todos estábamos luchando por transmutar todo aquello que cargamos y nos sobra ya. Se sentía esa fuerza colectiva aunque no se pronunciaran palabras.
En los momentos más extremos, Beto preguntaba si estábamos bien y ése era el momento de abrir la manta que tapaba el temazcal y entraba tímidamente el frescor del exterior para dar una pequeña tregua al proceso. Le llamaban puerta a ese momento. Mientras aprovechábamos algunos para estirarnos y así notar menos el calor en la cara, veía a Xavi que salía en cada una de esas puertas, le estaba siendo duro. Yo sentía que antes de cada puerta estaba a mi límite y tenía que salir pero ese tímido frescor que entraba me calmaba. Ya en la última puerta estuve en el suelo, incapaz de levantarme y afrontar de frente el calor. En el último instante, con los rezos de gratitud de Beto en susurros sentí como algo muy antiguo iba saliendo de mí, sentí cómo varias líneas en mi cuerpo se enderezaban e iban desplegándose hacia arriba, dirección a mi cuello, en la zona izquierda e iban subiendo hasta el hemisferio izquierdo de mi cerebro. Algo muy escondido estaba saliendo y al tener esa certeza, empecé a llorar de emoción en silencio. Ese llanto cada vez se hacía más abierto y acabó en sollozo, con el arrullo de esas oraciones.
Al salir, nací de nuevo y al tirarme Toño un poco de agua en la nuca, fue como una vuelta a la vida plena.
Me tapé y me senté en la hierba con un deseo profundo de estirarme sobre ella que obedecí. La tierra me acogía y me ayudaba a regular la temperatura de mi cuerpo.
A mi alrededor vi a los demás, algunos como yo tirados en el suelo, otros se alejaban caminando y unos cuantos volvieron a hacer una última puerta mucho más intensa que la última.
Después de eso, recuerdo haberme vestido y con una manta tumbarme cerca del fuego hasta que el sueño me abrazó.
Al despertar casi al atardecer, Xavi y yo nos encontramos solos frente al fuego. Ricardo nos invitó a comer algo y nos levantamos a la gran mesa donde todos estaban ya comiendo. Entre risas y alegría fuimos comiendo y conociendo a todas esas personas que nos habían acompañado y habían trabajado codo a codo con nosotros y nos sentimos felices con sólo espacio para dar las gracias.
Gracias Beto, Analía, Pili, Yaotecatl (Xavi le bautizó como Iztaccihualt), Toño, Mónica, Ricardo, Carol (aunque no participó en el temazcal también estuvo allá), su madre Emma, Rosa María y Xavi.
Los días que siguieron en Amecameca antes de intentar subir al Iztaccihualt fueron plácidos y agradables con la compañía de Yaotecatl y Rosa María que ya conocimos en el pasado temazcal y con Ricardo y Carol que fueron un descubrimiento de sencilla amistad. Los días pasaban tranquilos y sosegados, desgranando maíz azul, charlando, disfrutando del sol y la brisa, de los cigarrillos nocturnos en esos momentos robados al sueño y de la serenidad que inundaba nuestro espíritu.
12.2.08
EL FINAL DE HUAYNASWAY
2 de febrero de 2008
Desde el principio sabíamos que el castanedasway sería un camino de conocimiento y aunque sentíamos miedo de él, como citaba Don Juan, nos daba más miedo no recorrerlo. Sabíamos que este camino tenía muchos aprendizajes y no siempre fáciles.
Mientras ultimábamos las entradas pendientes a causa del problema logístico con el portátil, ocurrió algo que nos trastocó. Hemos querido de todas formas presentar las entradas tal como pensamos y dejar ésta para más tarde. Desearíamos compartir la última lección de Castanedasway, una de las más duras que aún estamos transitando.
El 30 de enero a las 15h. aproximadamente, Huayna abandonó nuestra aventura. Murió de una hemorragia interna a causa, pensamos, de un envenenamiento. Fue repentino y corto, no nos dio opción a salvarla, el coyote de Grand Canyon nos dio más tiempo. Ella no pudo.
Ese día, después del pequeño paseo matutino de Huayna por donde estábamos apracados, fuimos a comprar al supermercado de la UNAM. Estuvimos algo más de una hora, cuando volvimos ella como siempre estaba en uno de sus agujeros preferidos, el fondo del armario del lavabo. Al llamarla salió y se tumbó en medio del suelo. No era nada anormal, sólo que de repente empezó a hacer un gorgoteo muy raro y pensé que iba a vomitar, pero no la vi tumbada en la posición en que los gatos vomitan. Vi que se había orinado y tenía gotas de sangre en la patita. Al acercarme corriendo, su cara estaba desencajada como intentando respirar. Avisé a Xavi que estaba afuera acomodando la compra en el baúl y fuimos corriendo a ver si encontrábamos a Leonor. En el camino caímos que había un veterinario en el barrio y sería más rápido.
Su agonía era desesperante, sólo lanzó un maullido de queja mirándome entre los gorgoteos de sangre. Fueron 10 minutos escasos.
Al llegar, Xavi se la llevó corriendo al veterinario mientras yo cerraba la puerta de la Paca. Cuando llegué a la clínica estaba tumbada, mientras la veterinaria la intentaba reanimar. Le inyectó una sustancia para que hiciera reacción, pero no lo hizo.
No podíamos creer lo que veíamos. ¡Huayna estaba muerta! ¡No podía ser!
Volvimos con ella envuelta en papel y plástico. Destrozados, aún lo estamos. Nos falta a cada momento. Pensamos en ella constantemente y las lágrimas son incontenibles.
La enterramos en un bosque al sur de la ciudad, un lugar precioso, con la mantita que la calentó durante el vuelo transatlántico, la gomita con la que jugaba, su comida, su cepillo para el pelo y unas flores. Estaba tan bonita, parecía que dormía en su posición favorita, hecha un caracolito con las cuatro patitas estiradas. El contacto frío y la sangre era lo único que mostraba su muerte. Nos despedimos de ella entre sollozos, agradeciéndole tantas cosas que nos ha regalado. Todo el amor que nos dio, que nos dejó darle, todo lo que nos enseñó, a ser más puros, más auténticos, sólo a ser.
El corazón lo tenemos encogido y nos cuesta mucho el día a día. Las noches sin notar su peso en los pies, las mañanas si su saludo. Sus caras y ronroneos. Todo estaba impregnado con su aroma y nos falta.
Nos conforta que pudimos estar con ella mientras moría, y pese a que no nos dio opción, tampoco fue larga su agonía, mientras le dábamos toda la energía de la que éramos capaces para apoyarla.
No entendemos por qué tuvo que irse ahora, cuál es la razón, qué tenemos que aprender.
Nos queda su recuerdo en estos diez años de convivencia, y estos cuatro fabulosos meses de castanedasway donde estuvo más pura que nunca, más plácida, más feliz. Trotando y explorando la naturaleza, con una dulzura infinita, cada vez más segura, con un aprendizaje que tampoco fue fácil para ella. Con su pérdida comprendimos más que nunca que éramos un equipo y que juntos transitábamos el castanedasway, aprendiendo a movernos con libertad.
11 de febrero 2008
Han pasado 11 días, y nuestro corazón aunque está triste, está más tranquilo. Atrás quedó toda esa dolorosa incertidumbre de por qués, cómos y quiénes que nos martilleaba la mente y el corazón.
Con su muerte algo se rompió y ahora toca reconstruirlo y seguir el camino. La enseñanza que nos dejó aún la estamos interiorizando y poco a poco la alegría va entrando en la Paca. Ya no nos desgarra su recuerdo como antes. Muchas cosas han ayudado, primero el tiempo que todo lo reposa, nuestras charlas, los mensajes de amigos que lo sabían, los que simplemente nos enviaban su amor ignorantes de todo, las meditaciones y, finalmente, las lágrimas nos han dejado sacar todo lo que sentíamos. Por último, gracias a Marta y a Beto, pudimos acabar de purificar con un temazcal, bastante duro por cierto.
Ahora comprendemos que se ha acabado una etapa y empieza otra. La afrontamos con esperanza y fuerza, porque el camino no nos deja de ofrecer riqueza a cada paso, en lugares, en personas y en momentos que son los que nos enseñan día a día a ser nosotros mismos, a acercarnos a nuestra esencia.
Adiós, bonita.
Minutos después de cruzar la frontera con México
Desde el principio sabíamos que el castanedasway sería un camino de conocimiento y aunque sentíamos miedo de él, como citaba Don Juan, nos daba más miedo no recorrerlo. Sabíamos que este camino tenía muchos aprendizajes y no siempre fáciles.
Mientras ultimábamos las entradas pendientes a causa del problema logístico con el portátil, ocurrió algo que nos trastocó. Hemos querido de todas formas presentar las entradas tal como pensamos y dejar ésta para más tarde. Desearíamos compartir la última lección de Castanedasway, una de las más duras que aún estamos transitando.
El 30 de enero a las 15h. aproximadamente, Huayna abandonó nuestra aventura. Murió de una hemorragia interna a causa, pensamos, de un envenenamiento. Fue repentino y corto, no nos dio opción a salvarla, el coyote de Grand Canyon nos dio más tiempo. Ella no pudo.
Ese día, después del pequeño paseo matutino de Huayna por donde estábamos apracados, fuimos a comprar al supermercado de la UNAM. Estuvimos algo más de una hora, cuando volvimos ella como siempre estaba en uno de sus agujeros preferidos, el fondo del armario del lavabo. Al llamarla salió y se tumbó en medio del suelo. No era nada anormal, sólo que de repente empezó a hacer un gorgoteo muy raro y pensé que iba a vomitar, pero no la vi tumbada en la posición en que los gatos vomitan. Vi que se había orinado y tenía gotas de sangre en la patita. Al acercarme corriendo, su cara estaba desencajada como intentando respirar. Avisé a Xavi que estaba afuera acomodando la compra en el baúl y fuimos corriendo a ver si encontrábamos a Leonor. En el camino caímos que había un veterinario en el barrio y sería más rápido.
Su agonía era desesperante, sólo lanzó un maullido de queja mirándome entre los gorgoteos de sangre. Fueron 10 minutos escasos.
Al llegar, Xavi se la llevó corriendo al veterinario mientras yo cerraba la puerta de la Paca. Cuando llegué a la clínica estaba tumbada, mientras la veterinaria la intentaba reanimar. Le inyectó una sustancia para que hiciera reacción, pero no lo hizo.
No podíamos creer lo que veíamos. ¡Huayna estaba muerta! ¡No podía ser!
Volvimos con ella envuelta en papel y plástico. Destrozados, aún lo estamos. Nos falta a cada momento. Pensamos en ella constantemente y las lágrimas son incontenibles.
La enterramos en un bosque al sur de la ciudad, un lugar precioso, con la mantita que la calentó durante el vuelo transatlántico, la gomita con la que jugaba, su comida, su cepillo para el pelo y unas flores. Estaba tan bonita, parecía que dormía en su posición favorita, hecha un caracolito con las cuatro patitas estiradas. El contacto frío y la sangre era lo único que mostraba su muerte. Nos despedimos de ella entre sollozos, agradeciéndole tantas cosas que nos ha regalado. Todo el amor que nos dio, que nos dejó darle, todo lo que nos enseñó, a ser más puros, más auténticos, sólo a ser.
El corazón lo tenemos encogido y nos cuesta mucho el día a día. Las noches sin notar su peso en los pies, las mañanas si su saludo. Sus caras y ronroneos. Todo estaba impregnado con su aroma y nos falta.
Nos conforta que pudimos estar con ella mientras moría, y pese a que no nos dio opción, tampoco fue larga su agonía, mientras le dábamos toda la energía de la que éramos capaces para apoyarla.
No entendemos por qué tuvo que irse ahora, cuál es la razón, qué tenemos que aprender.
Nos queda su recuerdo en estos diez años de convivencia, y estos cuatro fabulosos meses de castanedasway donde estuvo más pura que nunca, más plácida, más feliz. Trotando y explorando la naturaleza, con una dulzura infinita, cada vez más segura, con un aprendizaje que tampoco fue fácil para ella. Con su pérdida comprendimos más que nunca que éramos un equipo y que juntos transitábamos el castanedasway, aprendiendo a movernos con libertad.
11 de febrero 2008
Han pasado 11 días, y nuestro corazón aunque está triste, está más tranquilo. Atrás quedó toda esa dolorosa incertidumbre de por qués, cómos y quiénes que nos martilleaba la mente y el corazón.
Con su muerte algo se rompió y ahora toca reconstruirlo y seguir el camino. La enseñanza que nos dejó aún la estamos interiorizando y poco a poco la alegría va entrando en la Paca. Ya no nos desgarra su recuerdo como antes. Muchas cosas han ayudado, primero el tiempo que todo lo reposa, nuestras charlas, los mensajes de amigos que lo sabían, los que simplemente nos enviaban su amor ignorantes de todo, las meditaciones y, finalmente, las lágrimas nos han dejado sacar todo lo que sentíamos. Por último, gracias a Marta y a Beto, pudimos acabar de purificar con un temazcal, bastante duro por cierto.
Ahora comprendemos que se ha acabado una etapa y empieza otra. La afrontamos con esperanza y fuerza, porque el camino no nos deja de ofrecer riqueza a cada paso, en lugares, en personas y en momentos que son los que nos enseñan día a día a ser nosotros mismos, a acercarnos a nuestra esencia.
Adiós, bonita.
Minutos después de cruzar la frontera con México
4.2.08
¡Hola a todos de nuevo!
Volvemos a tener ordenador propio. El nuestro murió definitivamente y hemos conseguido uno de "medio uso" como dicen aquí, de segunda mano. Ya podemos hacer entradas más elaboradas como estábais acostumbrados. Hace tiempo que escribimos estas entradas con sus fotos, ahora podemos compartirlas con vosotros (algunas fotos son cortesía de Rodri, Ceci y Phillip).
¡Que las disfrutéis!
¡Que las disfrutéis!