20.2.08

De vuelta a Amecameca

Al volver de la Mariposa Monarca, estuvimos unos días en D.F. con un sentimiento muy profundo de tristeza y desánimo. La salida nos había hecho añorarla más y recordar cómo exploraba sin descanso. Nos vinieron dudas de nuestra propia fuerza frente a los peligros que podíamos afrontar en este camino. No habíamos tenido ningún contratiempo importante y surgieron con fuerza nuestros miedos.
No podíamos seguir así. Sin saber muy bien por qué llamamos a Marta para platicar con ella del tema. Nos acogió muy cálidamente y nos dijo que más tarde vendría Beto.
No sabría cómo explicarlo, pero la charla, la compañía y lo que se dijo allá nos inundó el espíritu de tranquilidad y serenidad, poco después el corazón siguió el camino y nos sentíamos más livianos. No fueron grandes revelaciones, fue un conocimiento muy interno que surgió de nosotros y se verbalizó en sus palabras. A la pregunta de Marta de por qué están aquí, en México, la única respuesta posible era estar aquí, en el aquí y el ahora, transitar esta experiencia. Se acabó la zozobra para mí.
De ahí surgió una invitación a otro temazcal para ayudarnos a desprendernos de la carga que ya no tocaba llevar encima. Muy agradecidos fuimos de nuevo a ese espacio que nos llenó de tanta magia y que por la nueva situación se antojaba muy diferente.
Fuimos convocados a las 12 del mediodía, sería un temazcal masculino y celebrado durante la energía solar. En esta ocasión pudimos estar desde el principio ayudando a recoger la leña para el fuego y los preparativos de la ceremonia. En el proceso conocimos a unos cuantos amigos de Beto que se dedicaban al teatro o a la danza y fue muy reconfortante volver a hablar de estos temas con gente afín a mis inquietudes en este sentido. Me hizo ver que aquí también hay gente que se comunica con las nuevas líneas de danza y que ven más allá del arte esceníco institucionalizado que parece prevalecer aquí. Conocí a Analía, una chica argentina de Córdoba que precisamente era amiga de Marcela y hacía una semana escasa que había estado con ella en Rosario. La abracé como si la abrazara a ella misma y ví en sus ojos esa energía tan hermosa. Charlamos de masajes, de danza, de magia, de méxico...
Ya nos convocaban para comenzar la ceremonia y a mí se me antojaba que sería muy diferente y potente, eramos personas muy diferentes, y cada una con un trasfondo muy profundo, con una visión muy clara de lo que veníamos a hacer aquí. En el temazcal de fin de año, la mayoría no sabíamos a qué veníamos, era todo descubrimiento y se respiraba mucha timidez.

Dentro del vientre de la tortuga el ambiente era más claro, no tan oscuro y un gran cuarzo en el techo iluminaba el ombligo con una luz densa que apuntaba el comienzo. Las primeras piedras con los trazos del copal empezaron a llenar el pequeño vientre de piedra de un humo muy denso que nos hizo llorar y luchar entre todos por sacar esa humareda que no nos dejaba respirar y ver. Al rato lo conseguimos y nos percatamos que habría que trabajar duro, había un denso velo que nos impedía ver el propio camino con claridad.
Cada uno se presentó a las piedras y pronunció con escuetas palabras qué quería trabajar, pero en cada petición se veía un mundo de experiencias y un largo recorrido en ese trabajo con la propia esencia. No se habló mucho más, pero no se necesitaban palabras en este temazcal, sino expresar con el cuerpo, no sólo el físico, con todos ellos para despejar las líneas de conocimiento que cada uno quería iluminar.
Hubieron momentos muy duros, de puro fuego alrededor en el que luchabas por no perecer y desintegrarte en él. En el proceso ayudaban las hojas de las hierbas medicinales que en un intento por refrescarme las pasaba como bálsamo por la cara, el agua que de vez en cuando tiraban sobre nosotros, que al primer segundo refrescaba, pero al tercero comenzaba a hervir del propio calor del cuerpo.
En el momento más duro recuerdo que los cánticos eran una manera de seguir resistiendo, "Agua purifícame, fuego del amor, quema mi temor..." Se sentía menos calor al cantar con fuerza y saber que todos estábamos luchando por transmutar todo aquello que cargamos y nos sobra ya. Se sentía esa fuerza colectiva aunque no se pronunciaran palabras.
En los momentos más extremos, Beto preguntaba si estábamos bien y ése era el momento de abrir la manta que tapaba el temazcal y entraba tímidamente el frescor del exterior para dar una pequeña tregua al proceso. Le llamaban puerta a ese momento. Mientras aprovechábamos algunos para estirarnos y así notar menos el calor en la cara, veía a Xavi que salía en cada una de esas puertas, le estaba siendo duro. Yo sentía que antes de cada puerta estaba a mi límite y tenía que salir pero ese tímido frescor que entraba me calmaba. Ya en la última puerta estuve en el suelo, incapaz de levantarme y afrontar de frente el calor. En el último instante, con los rezos de gratitud de Beto en susurros sentí como algo muy antiguo iba saliendo de mí, sentí cómo varias líneas en mi cuerpo se enderezaban e iban desplegándose hacia arriba, dirección a mi cuello, en la zona izquierda e iban subiendo hasta el hemisferio izquierdo de mi cerebro. Algo muy escondido estaba saliendo y al tener esa certeza, empecé a llorar de emoción en silencio. Ese llanto cada vez se hacía más abierto y acabó en sollozo, con el arrullo de esas oraciones.
Al salir, nací de nuevo y al tirarme Toño un poco de agua en la nuca, fue como una vuelta a la vida plena.
Me tapé y me senté en la hierba con un deseo profundo de estirarme sobre ella que obedecí. La tierra me acogía y me ayudaba a regular la temperatura de mi cuerpo.
A mi alrededor vi a los demás, algunos como yo tirados en el suelo, otros se alejaban caminando y unos cuantos volvieron a hacer una última puerta mucho más intensa que la última.

Después de eso, recuerdo haberme vestido y con una manta tumbarme cerca del fuego hasta que el sueño me abrazó.

Al despertar casi al atardecer, Xavi y yo nos encontramos solos frente al fuego. Ricardo nos invitó a comer algo y nos levantamos a la gran mesa donde todos estaban ya comiendo. Entre risas y alegría fuimos comiendo y conociendo a todas esas personas que nos habían acompañado y habían trabajado codo a codo con nosotros y nos sentimos felices con sólo espacio para dar las gracias.
Gracias Beto, Analía, Pili, Yaotecatl (Xavi le bautizó como Iztaccihualt), Toño, Mónica, Ricardo, Carol (aunque no participó en el temazcal también estuvo allá), su madre Emma, Rosa María y Xavi.

Los días que siguieron en Amecameca antes de intentar subir al Iztaccihualt fueron plácidos y agradables con la compañía de Yaotecatl y Rosa María que ya conocimos en el pasado temazcal y con Ricardo y Carol que fueron un descubrimiento de sencilla amistad. Los días pasaban tranquilos y sosegados, desgranando maíz azul, charlando, disfrutando del sol y la brisa, de los cigarrillos nocturnos en esos momentos robados al sueño y de la serenidad que inundaba nuestro espíritu.




1 comentario:

Anónimo dijo...

...desgranando maíz azul...
Ometeotl...
Si en el temazcal salió algo interpreto que te sentiste liberada... eso también a mi me libera... con qué ganas afrontaría esta vida de manera diferente!! De momento, en el invierno mediterráneo, abogo por encender el fuego. Solo saber que puedo avivarlo, me da aliento para vivir.