Noche Vieja se acercaba y comentábamos con Ceci y Rodri que no teníamos claro si nos apetecía grandes tumultos o quizá algo más tranquilo, más íntimo. Surgió la idea de ir a las pirámides de Teotihuacán, pero la descartamos pensando que al ser un recinto cerrado no las abrirían para esa noche. En eso que Guadalupe, hermana de Ceci, nos comentó que unos amigos suyos chamanes iban a hacer un Temazcal y que estábamos invitados. Lo poco que sabíamos del Temazcal era que se trataba de un ritual pre-colombino de purificación. Como una especie de sauna en la que los vapores originados por piedras volcánicas calentadas en la hoguera y las esencias de plantas medicinales, provocan una sudoración masiva en la que expulsas todos tus lastres para comenzar un nuevo ciclo puro y ligero.
El lugar era Amecameca, a los mismísimos pies del Volcán Popocatépetl. Queríamos una propuesta mística y ahí la teníamos.
Éramos Rodri, Ceci, Guadalupe, Alina y nosotros dos. Llegamos más tarde de lo deseado, como a una hora de la medianoche y la ceremonia había comenzado con una buena hoguera ya prendida. Nos recibió Marta, una de las anfitrionas y maestra de ceremonias, una mujer tremenda con una fuerza latente y gran sentido del humor. Nos explicó que bajo su creencia no celebran el cambio de año en esa fecha, que ellos no siguen el calendario gregoriano, sino que lo hacen en el solsticio de invierno, diez días antes, lo cual me pareció de una lógica aplastante. Acababan de construir ese Temazcal y les parecía una buena noche para probarlo y estrenarlo. Tras la verja nos esperaba Rosa María, madre de Marta. Generosamente nos dio la bienvenida y nos mostró los espacios de la casa para que nos moviéramos libremente, una pequeña cocina, un comedor comunal y varias habitaciones donde extender el saco. Todo muy sencillo y acogedor unido por un porche, con un aire de refugio de montaña. Detrás, en medio de un descampado, estaba el Temazcal. Era una construcción a modo de cúpula de unos dos metros de diámetro y no más de metro y medio de alto, como un iglú de piedra. A parte, ellos le habían dado forma de tortuga gigante. A los lados de la gran concha habían hecho las patas y la entrada tenía la forma del cuello y la cabeza.
Alrededor del fuego, salvando la linea imaginaria entre él y el Temazcal, que no se podía cruzar, se encontraban todos los que iban a participar en el ritual: Ricardo y Nancy, Odil y los otros maestros de ceremonia: Pili, guardiana del fuego, Beto, hermano de Marta y... no recuerdo su nombre porque era náhualt y al que bautizaré, con todos los respetos y sin afán de ofender, Iztaccihualt.
La noche era fresca sin llegar a ser fría y las llamas generaban esa atmósfera tan especial de acogimiento y rostros anaranjados. El Popo ni siquiera recortaba su silueta sobre el cielo estrellado, pero su presencia era evidente. Mientras, Beto nos ofreció una serie de explicaciones, como que el Temazcal de esa noche iba a ser femenino y que dentro se generaban temperaturas muy altas y si alguien se sentía mal, intentara mantener la calma y ellos darían las indicaciones oportunas. También que podían darse situaciones emocionales fuertes. A mi me iban creciendo paulatinamente las ganas de vivir esa experiencia pero a la vez me generaba respeto y duda. A Rodri le aconsejaron que no entrara porque llevaba varios días con diarrea y le podría bajar la tensión y Alina decidió no participar. Así pues, ellos dos y Rosa María serían los encargados de cuidar el fuego mientras los demás estábamos dentro.
Comenzó la ceremonia con una invocación y reverencia a los seis puntos cardinales. Sí seis, los cuatro de la rosa de los vientos más el cielo y la Pachamama Madre Tierra. Cada uno tiene una simbología y color. Iztaccihualt los iba encarando uno a uno mencionando una oración, primero en náhualt y después en castellano y haciendo sonar una gran concha que emitía un sonido como de cuerno medieval. Habíamos formado un círculo al rededor del fuego e íbamos girando con los brazos extendidos hacia las sucesivas direcciones y cuando elevamos la vista y las manos hacia el cielo, la quinta, una estrella fugaz, que vimos todos, congeló por un instante el tiempo y nos llenó el alma de misterio. Estábamos conectados.
El momento se iba cargando de solemnidad y antes de entrar a las entrañas de la gran tortuga, Marta nos fue purificando uno a uno. Llevaba un cuenco con brasas al que le había añadido Copal, una planta medicinal, y nos rodeaba el cuerpo con el humo que desprendía mientras susurraba unas palabras. Cuando llegó a mí y me rodeó con su esencia, se giró hacia Beto señalándome como "chicuatli". Yo no supe que pensar, si era el señalado por "los aliados" como nuevo aprendiz de brujo, o no daba la talla para vivir ese acontecimiento. Pero obviamente no corté el hilo para aclarar mis dudas y todo siguió su curso.
Fuimos entrando a gatas y colocándonos junto a la pared circular. Cada cual era libre de estar con poca ropa o desnudo, yo elegí la segunda opción. El espacio estaba caldeado y cuando cerraron la entrada con una espesa manta, la oscuridad era total. A partir de ese momento los acontecimientos se fueron sucediendo a un ritmo sosegado pero sin pausa. Se mezclaban cánticos indígenas con oraciones, peticiones y algunas canciones en castellano de carácter digamos, espiritual, muy bonitas. Todas ellas cantadas por Beto, Iztaccihualt y Marta, ella con una voz preciosa. Todo esto se alternaba con espacios en los que cada cual expresaba lo que le apetecía o sentía. Eso sí, antes de hablar tenías que tener la aprobación de todos pidiendo la voz con la palabra "Ometeotl".
La temperatura no subía en exceso a pesar de los intentos que hacían y decidieron cambiar el carácter del Temazcal y convertirlo en masculino. Marta comentó que quizá las mujeres tenían que potenciar más su faceta femenina y por eso no se generaba el calor óptimo, que se apresuraran antes de empezar con el masculino porque si no les podía golpear fuerte. Como el Temazcal era femenino las piedras incandescentes, a las que les tiraban agua para hacer el vapor, se encontraban en una especie de anexo en el lado opuesto de la entrada, lo que sería la colita de la tortuga. Había que abrir el ombligo, un gran agujero en el centro donde se depositarían las nuevas piedras. Mientras nos disponíamos a levantar las estoras para retirar la madera que lo tapaba, Beto e Iztaccihualt ya habían decidido cuantas piedras iban a utilizar y ya se estaban calentando. Si no recuerdo mal eran veititantas. Todo tenía un porqué y nada era aleatorio y el número de piedras tenía una razón de ser.
Cuando por fin las piedras estuvieron calientes, se creó un momento muy especial y de una gran belleza visual. Iztacihuatl había salido al exterior e iba acercando las piedras con una horca de la hoguera a la entrada. Con cada una pronunciaba una frase en náhuatl, que al ser una lengua precolombina tiene una sonoridad como ancestral. La manta estaba levantada y la luz del fuego cargó el interior de una penumbra anaranjada, mezclándose con el vapor y creando un ambiente realmente onírico. El frescor de la noche se coló tímidamente y los rostros se vislumbraban serenos y profundos. Nos habían dicho que éste era un momento importante y requería respeto.
Las piedras estaban incandescentes, la penumbra acrecentaba su luminosidad y parecían recien salidas de las entrañas de la tierra. Marta era la encargada de depositarlas en el ombligo. Con dos palos las iba arrastrando hacia el agujero y algunas de ellas chisporroteaban al rozar con el suelo. Seguidamente, Beto, iba bendiciéndolas una a una con un trozo de copal, les iba haciendo marcas y al contacto con el calor cargaba el ambiente de un aroma luminoso y fresco. A cada una le hacía una petición diferente, por el valor, la fuerza, la claridad, por los proyectos...
Cuando todo estuvo dispuesto se cerró de nuevo la entrada y ahora sí las piedras caldearon rápidamente el interior. Cada vez que les echaban agua, con ese sonido tan característico al evaporarse súbitamente, el ambiente ganaba en densidad y temperatura. De nuevo comenzó la magia de los cánticos y de las emociones. Allá dentro se dijeron cosas muy bonitas. Cada cual expresaba lo que sentía, algunas de carácter personal y otras de un signo más universal. Había dolor, cargas que se querían desprender, recuerdo de personas queridas que no estaban allá. Y también hubo mucha belleza, mucha fraternidad y mucho amor por la condición humana y personal, por la vida. Se habló de la pureza, del camino del conocimiento, de la voluntad, de cosas esenciales que te llenan el alma y te hacen creer que existe otra manera de conectarte, de relacionarte.
Yo, al principio, estaba poco participativo. No ausente, estaba disfrutando mucho de la experiencia, más como espectador que como integrante real. Pero poco a poco el tiempo se fue ralentizando y la situación me fue absorbiendo y me dejé llevar por ella. Por iniciativa propia, porque me apetecía y por una especie de agradecimiento, también aporté mi parte. Hubo algún momento que llegué cerca del umbral de la resistencia. La oscuridad era total, el aire era muy denso y el calor sofocante. Teníamos el pelo y la piel literalmente empapados, pero eso te obligaba a adquirir una conciencia muy fuerte en el ritmo respiratorio y entrar en una cadencia que te iba metiendo más y más en un estado de unión del mundo interior con el exterior y viceversa.
Después de más de tres horas dentro de la gran tortuga, la intensidad comenzó a menguar y nos invitaron a estirarnos y relajarnos. Lentamente todo se fue posando, creando un manto envolvente de paz y serenidad. Al rato, Antonia le comunicó a Beto que tenía un dolor como de tensión en la zona cervical. Beto se acercó a ella y le masajeó el cuello con la mano y con las hierbas medicinales. Al cabo de un rato le preguntó si su pareja estaba allá. Entonces me hizo colocarme a su lado y posar mi mano en la zona dolorida y ambos una mano en el pecho del otro. A Antonia se le fue pasando el dolor y acabamos fundidos en un abrazo. La gente ya había ido saliendo y sólo quedábamos Ricardo, Marta, Antonia y yo y en ese momento le pedí a Marta que me explicara lo del Chicuatli. Me dijo que Chicuatli significa lechuza. Un ave nocturna, intuitiva y con un lado femenino desarrollado, lo había visto en las brasas cuando me pasó el copal. No sólo me despejó las dudas sino que me gustó la simbología. "Veo que vuestro viaje les va a ir muy bien" añadió.
Se estaba muy a gusto allá dentro, pero había llegado el momento de nacer, como ellos decían. Al salir alguien me tapó con una manta para evitar el choque térmico. El fuego seguía espléndido, la noche estrellada y la sensación de plenitud enganchada en mi piel. Algunos se retiraron a dormir y otros continuamos alrededor de la hoguera. No quería perderme la noche, al fin y al cabo soy Chicuatli.
Rosa María nos tenía preparado un pozole que nos sentó divinamente. Es un caldo de pollo, maiz y otras verduras que tomamos frente a las llamas. La noche continuó sosegada. Entre humo y mantas, Antonia y yo nos adormecimos dulcemente, hasta que la vitalidad de Rosa María nos desveló con una charla amena de anécdotas y recuerdos salpicada de mucho sentido del humor.
Por fin el cielo empezó a clarear y la silueta del Popocatépetl mostró toda su grandeza. Estábamos en su falda Oeste y los rayos del sol lo mantenían en sombra, pero sí doraban la punta del cráter y su gran fumerola incansable. En ese momento se le dio la bienvenida al nuevo día. Los que estábamos despiertos, Odil, Rosa María, Antonia y yo encaramos hacia el Este, Iztacihuatl volvió a hacer sonar su concha, Beto un didgeridoo y Pili y Marta daban ritmo a la percusión mientras todos entonaban un cántico al sol.
El amanecer se convirtió en una más que plácida mañana soleada y cuando Guadalupe se despertó la abracé agradeciéndole que estábamos allí por ella. Entre charlas y risas, descubrimos que aquellas personas que bajo la luz del fuego mantenían la solemnidad y rigor ceremonial, durante el día se mostraban cálidos y cercanos. Quizás desde occidente tenemos la imagen que los brujos y chamanes son personas ajenas a nuestra realidad, que viven en su mundo distante. Al contrario, yo creo que esa virtud de poder alternar los dos mundos les hace estar más arraigados que nadie y afrontar la vida con esa ironía y humor de saber relativizarlo todo.
Había que irse. Después del mediodía, tras intercambiar emails y teléfonos nos despedimos con el deseo de volver a la magia de aquel lugar y aquellas personas.
Ya volviendo con la Paca, cruzando esos pueblos de incansable trajín y puestos multicolores, de incesante olor a rica comida y vida en la calle, sentía que el viaje se está cristalizando con la magia de América, que a veces el camino te regala aquello que no sabes bien qué, pero andabas buscando.
Era uno de enero, qué mejor manera de comenzar nuestro año gregoriano que tener la sensación que salir de esa cabeza de tortuga era como un nuevo nacimiento y dejando tras nuestro una estela de armonía. Ese fantástico olor de la leña, de las piedras incandescentes y del Copal, aún tardó varios días en desprenderse de nosotros.
Xavi
FOTOS EN EL VÍNCULO DE LA IZQUIERDA
1 comentario:
increíble. hacéis que lo difícil parezca fácil. es decir, la experiencia de la tortuga, fin de año, la compañía, la magia... es la esencia del castanedaway, el componente místico que vosotros mismos personificais. seguid con la buena estrella.
y con el blog, claro!
óscar
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