9.11.07

Death Valley



Aunque han sido días contados no queríamos pasar por alto nuestra estancia en Death Valley. Han sido un bálsamo en muchos sentidos y la verdad es que nos apetecía ese calorcito y el cambio de ropa para abandonar los forros, guantes y gorros obligados en el valle de Yosemite. Para Xavi era un placer volver a tomar cafés con hielo y después de hacer el ganso por las dunas quitarse la arena del cuerpo bajo un aspersor del complejo turístico del parque, cerca de Furnace Creek.
Los paisajes eran cálidos y evocadores, el gran salar de Badwater basin, el punto más bajo del nivel del mar en Norteamérica 282 pies, 86 mts , las formas sinuosas y coloreadas de muchos cañones, el mar de dunas.... La sal es omnipresente ya sea cuando la tocas cristalizada entre las grietas de los cañones, cuando caminas sobre ella en los diferentes salares, notando su textura diferente bajo tus pies, suave y húmeda como nieve o dura y afilada como roca, y en el aire. Te la encuentras en el pelo, en los labios... Era como una completa purificación permanecer en esa burbuja de sal donde salíamos renacidos. Os hemos preparado un vínculo con fotos si os apetece perderos en su desierto. Hace nueve años lo crucé y no pude quedarme en sus recodos y ha sido un placer para el alma.
Después de la tranquilidad de ese paisaje y sus solitarios rincones nos fuimos a la gran locura yankee. ¡ Las Vegas! y estuvimos dos noches. ¡No pudimos más! Nos dio para ir al cine y dar una vuelta por esa locura energética y humana que es la ciudad, incluso para perdernos un poco en ella.
Pero la verdad, las ciudades nos cansan, y ésta te intoxica y acabas harta de luces, de excesos y de paisajes de cartón piedra. Para mí al menos fue así, ya era la tercera vez que pasaba por ella. Para Xavi fue la primera vez y claro, todo lo ves diferente, te hace mucha gracia la grandiosidad y apariencia de todas las cosas que, realmente dicen mucho de un país. Aún así si no te preocupa el bolsillo y te olvidas de aspectos morales te lo puedes pasar muy bien.

Después de eso, otra vez cogiendo la bufanda, los gorros, los forros y todo lo que haga falta, porque íbamos directos a la ribera norte del Grand Canyon, a 2600 metros de altura! Ha sido el paraíso para nosotros, porque esta parte del parque estaba cerrada por temporada y la carretera estaba pendiente de cerrarse en cuanto cayera la primera nevada, es decir, por estas fechas. Así que íbamos con el pito en el culo porque nos apetecía mucho, es una parte del Canyon que yo nunca he visitado y Xavi se apunta a un bombardeo. ¿Qué quería decir todo eso? Pues que no había ni dios! Todos los servicios cerrados, el camping desierto, gratis, a tres pasos del precipicio, con un grifito glorioso que nos ha supuesto nuestro ahorro de agua del depósito y nos ha cuidado nuestra higiene y una fosa séptica de lujo. ¡Todo para nosotros solos! Ya sé que parecemos un par de viejos huraños, pero es que a veces es difícil aparcar a tus anchas y vivir los lugares en los parques naturales y como éste estaba cerrado no había nadie para decirte esto o aquello.
Indescriptible las tres noches pasadas allá, los atardeceres, los amaneceres, el fuego en la noche, la tranquilidad, los pavos silvestres, ciervos, ardillas y mil pájaros saludándote a cada momento. ¡El paraíso!
Ahora vamos hacia su ribera sur. Teníamos pensado ir hacia Utah pero después de muchas dudas estresantes y de afinar prioridades del alma, decidimos seguir una ruta diferente y continuar en el Grand Canyon, esta vez la ribera sur que tanto adoro. Este paisaje es enorme y te atrapa, no puedes desprenderte tan fácilmente de estas imágenes.

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