31.10.07

YOSEMITE

No voy a hablar de la masificación del primer Parque Nacional que se fundó en USA. Ni de las normas tan estrictas que impone la normativa y que los Rangers se empeñan incansablemente en llevar a cabo, eso sí, con mucha amabilidad y educación. Tampoco de las personas que se acercan a este santuario de la naturaleza como si de un paseo por Las Vegas se tratara. Sin la más mínima conciencia de dónde están, ensuciando y gritando como posesos si tienen la desmerecida suerte de ver un oso, por ejemplo. Seguramente por eso esas normas, que tanto nos putean a los que sí sabemos autogestionarnos, han de existir.

Prefiero hablar del otro Yosemite, del esencial, del auténtico, del que siempre ha estado ahí y mira con elegante pasividad todo lo que pasa a sus pies. Del que te sobrepasa cuando la carretera, después de varios kilómetros de intrigante espera, por fin te deposita en sus entrañas y se manifiesta grande, bello, armónico... Un profundo valle esculpido por ancestrales glaciares y enmarcado por impresionantes paredes de granito. Una roca muy especial que en sus vertientes soleadas muestra una gran gama de cálidos colores. Si cierro los ojos la recuerdo de un beige casi anaranjado. Mientras, en sus lados sombríos nos transmite lo duro que es vivir la mayoría del año sin la luz solar, con grandes chorreras surcando sus grises paredes como lágrimas petrificadas. Es inevitable alzar la vista constantemente y perder el tiempo contemplando esas murallas en la que se combinan las características formas angulosas del granito con lineas ondulantes de alfarería. Los bosques son inabarcables y frondosos, con sus varios tipos de sequoyas de corteza roja y aterciopelada. Un lugar cargado de un espíritu especial que hace que hasta caminar por sus instalaciones turísticas, que todo hay que decirlo, están hechas con muy buen gusto, se convierta en unos paseos más que agradables.

No sé cómo hubiera captado el valle sin ojos de escalador, seguramente de otra manera, pero cada mañana era una emoción nueva el intentar descubrir nuevas cordadas colgadas de esas lineas de ensueño. O reseguir día tras día la lenta progresión de muchas de ellas que ante paredes tan grandes necesitan varios días de escalada, con sus hamacas multicolor que desplegaban por la noche o cuando el tiempo decidía ser lluvioso. Ésta es una de las mecas de la escalada en roca en el mundo, por no decir la que más. Aquí se fraguó entre los 60 y los 70 una revolución en la concepción de la escalada cuando la movida hippie californiana se trasladó a estas enormes paredes rompiendo fronteras técnicas y psicológicas y dejando, tras el paso de los años, una estela de leyenda. Para mi ha sido inevitable andar por este lugar sin respirar constantemente todos esos aromas y no acabar con dolor de cuello de tanto alzar la vista. Y el Capitán, siempre el Capitán. Con su enorme corazón surcado en su pared S-W y sus mil metros de granito perfecto cayendo a plomo sobre prácticamente la mismísima pradera. Lo tienes ante tus ojos y te has de tomar tu tiempo para asimilar sus grandes dimensiones. No tienes más referencias que las líneas de sus formas y cuesta medir las distancias. Tanto que a partir de cierta altura es imposible distinguir a un escalador a simple vista, los prismáticos son imprescindibles. Horas y horas me he pasado mirándolo y ubicando, gracias a unos italianos majísimos que me prestaron su libro de reseñas, la mayoría de sus vías. Nombres míticos como "Salathé","Zeñatta Mondatta","Mescalito","A Separate Reality","Ocean Pacific Wall"...y tantos nombres vividos a través de revistas y libros. Como Maurizio me dijo con un divertido gesto, no puedes más que babear. Y cómo no, la "Nose", quizá la ruta más emblemática y, seguro, la más repetida del valle. Precisamente en la "Nose" estuve tres o cuatro horas, en una tarde semi-lluviosa, resiguiendo los dos últimos largos de una cordada hasta que desaparecieron tras el filo recortado sobre el cielo. Antonia se apuntaba a ratos compartiendo emocionados los prismáticos. Yo no estaba encaramado, pero sabía muy bien lo que debían estar sintiendo. Esa mezcla de cansancio y ganas de acabar, sintiéndose tan cerca del final, pero también una satisfacción absoluta y momentos de subidón en los que compartes con tu compañero eufóricos gritos de ánimo.

Dos noches tuvimos la ocasión de estar bajo sus pies y contemplar el bonito espectáculo de los frontales de los que iban a pasar la noche en la pared. Para ellos era el momento del descanso, de comer algo caliente y de sumergirse en el calor del saco a cientos de metros del suelo. Para nosotros era como si las estrellas del cielo se prolongaran y crearan nuevas constelaciones sobre un trozo de firmamento pétreo.

No puedo negar que para mi no ha sido fácil, vivir todo esto, estar en Yosemite y no haberme sumergido do pleno en el ambiente de la escalda, mejor dicho, no haber ido con intención de escalar, de sentirme en esa camaradería y compartiendo la pasión por la escalada que tan especial te hace sentir. Sí que dormimos una noche en el Campo 4, un pequeño reducto del valle donde tradicionalmente siempre se han instalado los escaladores y la escalada se respira por todos los rincones, pero no me sentía escalador y la envidia me carcomía por dentro. No he ido a Yosemite para escalar, eso lo sabía, pero una vez allí se han manifestado muchas de las complejas razones por las que me he ido alejando de ella. No he dejado de hacer montaña, pero hace mucho tiempo que no me acerco a la verticalidad y siempre la he echado de menos, en Yosemite, más. Máxime, cuando en una época, con algún compañero, llegamos a plantearnos tímidamente la posibilidad de ir.

Yosemite a sido un lugar del que recuerdo haber tenido referencias incluso antes de empezar a hacer montaña y ya he estado en el, ya lo he pateado y lo he vivido, ya forma parte de mis recuerdos y me ha dejado una huella imborrable. Un lugar muy especial que creo que no deja indiferente a nadie que tenga dos dedos de sensibilidad, aunque no sea escalador.

Xavi

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonito. Tudo muito bonito!

Anónimo dijo...

QUE BONITO!
decir más seria contaminar lo que has poetizado tú mismo.

Tatín